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Viajar a China en español

 

Viajes organizados en español para que no te tengas que preocupar de nada

 

China es un país que ofrece múltiples oportunidades de aventura, así con la APP de Way-Away podrás disfrutar de este maravilloso país a tu aire. Disfrutar de una aventura en un país totalmente diferente y vivir experiencias increíbles.

 

Sin embargo, si prefieres ir sobre seguro, tranquilo y no tener que preocuparte de nada, Youlan Tours te ofrece la posibilidad de un viaje a medida y con guías que hablan español.

 

Así, el idioma ya no es un problema, nuestros guías son guías oficiales chinos que hablan fluidamente español y conocen muy bien el terreno, los mejores puntos de vista para tus fotos y rincones atractivos de cada lugar que visitáis.

 

Otro aspecto muy importante de un viaje organizado a China es la dificultad de conseguir taxis en muchas ciudades de este país. Aunque parezca ilógico, en muchas ocasiones no hay disponibles, no te llevan a donde quieres porque está demasiado alejado o te cobran «a ojo» -siempre de más- sin encender el taxímetro… También cabe la posibilidad de utilizar el metro en las ciudades donde hay disponible, pero en muchas ocasiones las paradas están muy lejos de las atracciones turísticas. ¿Te imaginas recorrer la Ciudad Prohibida que tiene ni más ni menos que unos 720.000m2 y luego tener que buscar la parada de metro que está a unos quilómetros de distancia?

 

Si contratas un tour organizado, además de tener un guía que habla español que te dirijirá por los mejores y más bonitos caminos para conocer estos complejos tan grandes, te esperará un vehículo privado en la salida para poder llegar al siguiente lugar por visitar, al restaurante para comer o al hotel para descansar. Luego, si te apetece te recomendaremos zonas donde el paseo es agradable y poder conocer la cultura local de primera mano.

 

Parque del Estanque del Dragón Negro en Lijiang, província de Yunnan

 

Además, ofrecemos la posibilidad de organizarte el viaje a tu medida ofreciéndote la máxima flexibilidad. Puedes conocer China con un paquete de viaje ya preparado con todo incluido (hotel, vuelos o trenes bala entre ciudades, guías y vehículo privado) o bien puedes combinar el viaje a tu aire con solo algunos tours programados. China no es un país fácil para desplazarse y quizá no sabes cómo llegar a la Gran Muralla desde la ciudad de Pekín? o bien cómo llegar a los Guerreros de Terracota que están fuera de la ciudad de Xi’an? No te preocupes, Youlan Tours te ofrece la posibilidad de organizarte tours sueltos a los lugares que te cuesten más alcanzar por tu cuenta.

 

Youlan Tours es una agencia de viajes especializada en China, así conocemos cada rincón de este país y podemos asesorarte en la ruta que quieras hacer ya sea un tour por los lugares más habituales, como si se trata de un tour por lugares mucho más inóspitos y fuera de las rutas turísticas más comunes.

 

Así, habitualmente ofrecemos desplazamientos en vehículos privados normales, pero también cabe la posibildad de realizar rutas totalmente diferentes por los lugares más inóspitos ya sea en vehículos todo terreno, haciendo senderismo por parajes naturales preciosos en Tibet, llegando a la Gran Muralla en sidecar o ¡incluso a caballo por las praderas de Mongolia Interior!

 

¿Te lo imaginas?

 

Hong Kong, puerto franco devuelto a China después de 99 años.

Hong Kong, China

Bienvenidos a Hong Kong, bienvenidos al futuro. Si en alguna parte del mundo os podéis sentir como en Blade Runner es aquí, en Hong Kong, un grupo de islas que los ingleses conquistaron al final de las Guerras del Opio y que hace bien poco devolvieron a los chinos. En realidad, el acuerdo original de leasing por 99 años entre ambos países tan sólo afectaba a la península de Kowloon, pero al final la main island , el corazón de Hong Kong, también se incluyó en el paquete a devolver.
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Pingyao, China, ciudad medieval.

Bazaar, Shangai, China

Hemos estado en apenas tres o cuatro países y ya nos han confundido con gente de todo el mundo. Con irlandeses, alemanes y franceses, pero lo que más, de calle, con pardillos. Y, hombre, igual cara de espabilados no tenemos pero si a nosotros nos han intentado levantar la camisa día sí día también ¿qué no le harán a la típica pareja de americanos jubilados o a gente poco habituada a viajar? Aunque vete tú a saber. Los primeros no se cortan un pelo para quejarse y reclamar un riñón nuevo si hace falta, y los segundos lo ven mucho más simple que los que vamos por la vida de respetuosos con cualquier pequeño saltamontes. Si en su casa no se dejan robar, ¿por qué van a hacerlo fuera de ella?
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Xian, China, donde los Soldados de Terracota.

Guerreros de Terracota, Xian, China

Lo que es trabajar currarán como chinos pero como artistas destacan lo justo. No tienen pintores geniales, ni esculturas preciosas, sus pinturas parecen infantiles y sus bustos inexpresivos. Los 8000 soldados de terracota que encontraron en Xian, cada uno de ellos con un rostro diferente, no parecen darnos la razón pero, siendo sinceros, tampoco es que sean un alarde de creatividad. Según los arqueólogos fueron dispuestos alrededor de la tumba del emperador para demostrar su poder. Nosotros somos más románticos y preferimos imaginar que el monarca, orgulloso de su ejército tras haber ganado una batalla, les prometió a cada uno de ellos una estatua, honor en aquella época reservado sólo para reyes y dioses.
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Lhasa, residencia del Dalai Lama hasta el momento de su exilio a la India

Viendo la gran atracción que generan el budismo y el Dalai Lama en occidente, es curioso lo poco que sabemos sobre ellos en realidad. La más glamourosa de las religiones tiene su capital espiritual en medio del Himalaya, justo en el Tíbet, la última teocracia del mundo hasta que China la invadió y anexó como si fuera una más de sus provincias. De esto hace ya más de 50 años. A pesar de ello y por mucho que intenten ocultarlo sus invasores, sigue siendo otro país. En realidad, son los propios chinos los primeros que le dan un estatus particular al exigir una autorización especial para poder visitarlo. Una especie de salvoconducto que sólo pudimos conseguir en Katmandú con algo más que suerte. Lo celebramos con la cerveza más fría el mundo, helada en realidad, una rubia Everest que tomamos al lado de la oficina de Lila, nuestro amigo nepalí que nos había dado la buena noticia. Por fin podríamos cumplir uno de nuestros sueños: cruzar en 4×4 la cordillera más alta del mundo para ir desde Katmandú a Lhasa.

La primera parte del viaje discurre a través de una sinuosa carretera que une la capital de Nepal con la frontera tibetana. Un paso estrecho que avanza por poblados con gente abandonada a su suerte, muchos de los cuáles tienden en el suelo barricadas con clavos para cobrarle peaje a cualquier desgraciado que pase por ahí. Discutiendo con unos y pagando a otros, llegamos al Puente de la Amistad, curioso nombre para el viaducto que sobrevuela el abismo que separa en muchos sentidos Nepal y Tíbet. Allí bajamos el autobús y, con nuestras bolsas al hombro, cruzamos el puente como si fuéramos espías devueltos al enemigo en plena guerra fría. Mientras detrás nuestro todavía oíamos el rumor de los bulliciosos nepalíes, al otro lado nos esperaban militares chinos envueltos por una espesa bruma. Sin mediar palabra, nos hicieron formar en fila de uno mientras esperábamos que revisaran el equipaje de todos. Sus movimientos eran tan metódicos que empezamos a sentirmos culpables, recordando todas esas leyendas de inocentes encarcelados sin motivo alguno. Al llegar nuestro turno, comenzaron a vociferar con tanto nerviosismo que de los recelos pasamos al acongoje. Un apellido mal deletreado en nuestro visado había hecho saltar todas las alarmas. Por mucho menos a otros los habían mandado puente abajo de vuelta a Nepal. El Lama del Tiempo se apiadó de nosotros y, en aquel mismo instante, empezó a llover como si el cielo se hubiera partido en dos. A los soldados chinos les pareció absurdo seguir discutiendo bajo la lluvia con un par de don nadies como nosotros así que, igual de rápido que empezó todo, se olvidaron del diccionario y nos dejaron cruzar la frontera sin más.

Así entramos en el país más místico del mundo: mojados como pollos y corriendo como conejos, no fuera que el caporal se arrepintiera y nos mandara detener. Una semana después para salir del Tíbet, ese salvoconducto mal escrito nos volvió a jugar una mala pasada. Tímido él y cansado de ser protagonista, decidió esconderse en el rincón más alejado de nuestra maleta y se negó a salir durante un buen rato. Antes de encontrarlo los policías chinos nos habían expuesto la situación con mucha diplomacia: “no paper, don’t go”[1].

Pero eso fue al final de nuestro viaje, antes todavía nos quedaban siete días para llegar a Lhasa que nos parecieron siete semanas. Ponernos en marcha desde la frontera fue toda una aventura. El primer pueblo tibetano es un cuello de botella apresado entre el borde fronterizo y las continuas obras de la vertiginosa carretera que lo une con la capital del país. Las largas filas de camiones que esperan la autorización para cruzar a Nepal sólo hacen que empeorar el colapso. Tras dos días aislados en esa ratonera, finalmente nos dieron vía libre para seguir nuestro viaje a través de un camino imposible, un precipicio donde cada día cientos de trabajadores arriesgan su vida para convertirlo en un paso franco para vehículos como el nuestro. Controlando el vértigo como pudimos, escapamos del abismo a través de un atajo que nos llevó al altiplano donde se asienta el Himalaya. Lagos azules como mares y nieves perpetuas como glaciares, puertos de montaña a 5000 metros de altura y vistas al famoso Everest o al desconocido Cho Oyu, pueblos olvidados y gentes desangeladas, ventanas sin cristales y hostales sin agua caliente, restaurantes con deliciosa carne de yack y fondas con té caliente. Esa fue nuestra compañía hasta llegar a la capital del Tíbet.

Al entrar en Lhasa uno tiene la sensación que está en una ciudad de la China olímpica y no en la cuna del budismo. Situada en medio de una meseta gris, rodeada de montañas inertes y cruzada por grandes avenidas, la espiritualidad que esperábamos encontrar se ha desvanecido como el hielo en primavera. De los santuarios idílicos de los que tanto hemos oído hablar, ni rastro. El silencio y la meditación han dejado paso a coches ruidosos y calles comerciales. La bucólica visión de monjes compartiendo su filosofía de vida con el viajero parece más un invento del Hollywood deseoso de convertir en reales sus películas que no el Tíbet real. Semáforos en rojo y niños violentos ocupan ahora su sitio.

Algunos cuentan que han sido los chinos quienes han destruido este sueño y, con él, la mayoría de los templos. Demolidos, arruinados o simplemente con las puertas cerradas, los pocos que quedan se han convertido en máquinas de recaudar dinero para pagar el impuesto revolucionario que, como si fuera un matón de barrio, el gobierno chino les exige para dejarlos en paz. Son los mismos que han prohibido por ley la reencarnación del Dalai Lama. Otros, en cambio, susurran que no han sido los invasores chinos quienes acabaron con ese Tíbet idealizado, que ha sido la corrosión de la vida moderna, la globalización y el desarrollo industrial, o incluso que esa imagen que nos proyectaron del budismo y su capital nunca existió.

Para intentar saber la verdad nos acercamos a algunos tibetanos pero siempre reaccionan con miedo, como si temieran que en cualquier momento volviera la Guardia Roja. La mayoría de sus respuestas son frases hechas cuando no simples silencios. Tan sólo por una vez tenemos la impresión de que son sinceros: “I’m not allowed to talk about this[2]. ¿Podrán hacerlo algún día?


[1] “Sin papeles, no podéis salir”

[2] “No estoy autorizado a hablar sobre esto”

Itinerario recomendado para visitar Tíbet con restaurantes a lo largo de la ruta.





Wuhan, final de nuestro viaje por la China

  1. Comen con palillos pero si la cosa va de sopas la sorben sin ningún problema.
  2. Los platos siempre son para compartir, nunca individuales. Es el comunismo llevado a la mesa.
  3. No paran de aspirar los mocos por la boca y los escupen al suelo. Eructar en presencia de otros tampoco es de mala educación.
  4. Con los dedos de una sola mano puede indicar del 0 al 9, con las dos llegan hasta 99. Un ejemplo, el saludo surfero hecho con las dos manos es el 66.
  5. No tienen alfabeto. Cada palabra es un grafismo diferente, una simplificación del dibujo original que representaba la idea o concepto, combinado con trazos que ayudan a saber cómo debe pronunciarse.
  6. Su sistema económico es un híbrido entre comunismo y capitalismo, tienen un solo partido político, pena de muerte activa y la democracia para hacer bonito.
  7. Creen en el destino y en la fortuna. Su principal libro religioso, el I-Ching, les sirve como horóscopo. Tiran unos dados y, en función del resultado, consultan una página u otra de su biblia que les sirve como inspiración para tomar una decisión u otra. Entienden la religión como algo filosófico y la filosofía como algo religioso.
  8. No existen las colas. Para subir a un autobús o entrar en el cine, se empujan unos a otros sin preocuparse por el vecino.
  9. No existen barreras sociales y les cuesta muy poco relacionarse entre ellos. Con la misma naturalidad que inician una conversación con desconocidos, empiezan a discutirse con ellos, algo que sucede con demasiada frecuencia.
  10. Aunque tienen fama de copiarlo todo, fueron los padres del mejor invento del mundo: la pasta. Pero no pierden el tiempo reclamando su copyright. Eso sí, ya se podían haber quedado la pólvora para ellos…

China tiene más de 1300 millones de habitantes. Si a esto le sumamos todos los que están repartidos por el mundo, no es difícil darse cuenta que acabarán siendo los dueños del planeta, así que más vale que nos habituemos a sus costumbres. Nosotros, de momento, ya hemos probado el I-Ching. En realidad, lo hicimos antes de tomar la decisión de dar la Vuelta al Mundo. Los dados nos enviaron a una página que nos aconsejó iniciar un gran viaje y aquí estamos. ¿Casualidad o sabiduría milenaria?

Itinerario recomendado para visitar China con restaurantes a lo largo de la ruta.





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Yichiang, la presa más grande del mundo

Mao fue un hombre, no dios. Este es el claim genial con que el Partido Comunista -o su Departamento de Marketing, que lo tienen y de los buenos- intenta limpiar la cara sucia del régimen. De esta forma asumen los pecados de su líder a la vez que lo disculpan. En otras palabras, nos venden la película de que era un tipo extraordinario, casi divino pero que, como todo hijo de vecino, a veces se equivocaba. No te fastidia. Que se lo digan a los tibetanos, a los mongoles, a los cientos de presos políticos y a los miles de condenados a muerte. Al otro lado del ring tenemos al Dalai Lama, conocido también como The Living-God, el dios vivo. Según sus propias palabras, la 13ª reencarnación de un monje que vivió en el siglo XV, un iluminado, un buda. El que ha visto el camino.

Nosotros, ahora mismo, les cambiábamos el título a los dos. Al primero por un “Mao: ni hombre, ni dios, un pedazo hijo de la gran p…”, aunque su madre, budista para más inri, no tuviera ninguna culpa de la bestia fría y desquiciada que le salió por hijo. Sus ideales de “compartirlo todo” y “el poder es del pueblo” eran muy loables, hasta que del “todos iguales” pasaron al “todos iguales a mí y por narices”. Tan iguales que al final tampoco pasaba nada si por el camino se perdían unos cuantos. Aunque hay que reconocer que el tío era un genio porque eso de hacer una revolución desde el poder es único en toda la Historia. Cuando él, su mujer y otros tres chupones vieron que el gobierno se les escapaba de las manos, crearon la Guardia Roja, una especie de policía del partido que arrasó el país con la famosa Revolución Cultural. Con la excusa de que iban a acabar con la corrupción del sistema, liquidaron cualquier intento de disidencia.

Al dios en la Tierra también le pondríamos un nuevo epígrafe: Dalai Lama, menos premios y más c…. Los chinos están literalmente despellejando a su pueblo y él se lo mira desde la barrera. Para más señas desde la India, país donde vive exiliado desde hace 50 años. Eso sí, con su templanza ha demostrado su carácter divino porque una persona de carne y hueso, a estas alturas de la película, se habría rebelado hasta quedarse sin fuerzas. Sólo un dios podría aguantar el tipo como lo ha hecho él. Su única respuesta a las agresiones chinas ha sido pedirle a su gente que pongan la otra mejilla y que no pierdan la fe en el futuro. Así llevan medio siglo esperando que la cosa cambie aunque, en el fondo, todo sigue igual desde aquel día en el que, con nocturnidad y alevosía, huyó de Lasa por la puerta de atrás mientras su pueblo se agolpaba alrededor de su residencia para defenderlo. Los chinos habían venido para llevárselo pero los suyos se negaron a entregarlo, formando un escudo humano con el que protegieron el palacio de Pottala. Dicen que era dantesco ver la cara de la gente al descubrir a la mañana siguiente que habían arriesgado sus vidas por un edificio vacío. La justificación del Dalai Lama fue que con su huida evitó un baño de sangre. La realidad es que, con él en el exilio, se calcula que los chinos han exterminado a millón y medio de tibetanos. Imposible ya saber qué hubiera pasado si aquella noche no hubiera abandonado a los suyos.

Con esto no queremos criticarlo, ni insinuar que debería haber combatido por su país, ni mucho menos. Somos menos que nadie para hacerlo. Pero no podemos dejar de pensar que hay muchas formas de luchar y que la que uno espera del único dios-vivo que tenemos en la Tierra, se parece más a lo que hizo Gandhi que no a recoger premios día sí día también. El último, la Medalla de Oro del Congreso americano. Imaginaros por un momento si aquel día señalado, delante del presidente Bush y en directo para un montón de canales de televisión, el Dalai Lama se hubiera negado a recoger el diploma, aduciendo que los países occidentales son unos hipócritas al darle con una mano premios al pueblo tibetano y con la otra hacer negocios con China. O incluso si hubiera ido más allá, anunciando que iba a empezar una huelga de hambre que no finalizaría hasta que la ONU estableciera una mesa de diálogo para solucionar la ocupación del Tíbet. Dejadnos ser cínicos. Tampoco tendría mucho que perder, ni siquiera la vida. A lo sumo, unos cuantos meses que es lo que tardaría en reencarnarse de nuevo.

La excusa del Dalai Lama es que necesita seguirle el juego a los países occidentales para tener un púlpito desde el que poder contar el sufrimiento de su pueblo. Después de un montón de años, sin embargo, lo único que ha conseguido es poner de moda a su propio personaje mientras que muchos, nosotros los primeros, no teníamos ni la más remota idea de lo que estaba pasando en el Tíbet hasta las revueltas de los monjes, revueltas que siempre han sido condenadas por el Dalai Lama.

Alguno de vosotros se estará preguntando porqué somos tan duros con él si fue Mao quién tomó la decisión de invadir el Tíbet y exterminar a la mitad de su población. Tenéis razón pero es que del diablo uno no se espera nada. Del Dalai Lama, en cambio, lo esperábamos todo, absolutamente todo menos las sorpresas que nos hemos encontrado en su propia autobiografía que por vergüenza torera nos las guardamos. Y lo hacemos porque nos da la gana, no porque un oráculo de 300 años nos lo chiva con voz trémula mientras está poseyendo el cuerpo de un monje. ¿Captáis la indirecta?

PS: aunque, si hemos de ser justos, después de leer su libro, nos queda la impresión de que es un pobre desgraciado que un buen día, con apenas cinco años, se despertó siendo dios. Esa será siempre su mayor prisión más que no el propio destierro. Es la diferencia entre hacerte grande por tus propios méritos o por derecho de nacimiento. A los primeros el mundo se les queda corto. A los segundos la corona, divina o real, les va grande. ¿Será porque tienen la cabeza pequeña?

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Datong, ciudad cercana al sitio arqueológico conocido como la “Petra china”

Sólo llevamos dos meses de viaje y ya hemos visto templos de todos los colores. Hemos estado en sitios tan sagrados para los hindúes, budistas o musulmanes como lo puede ser Roma para los cristianos. Durante este tour religioso lo que más nos ha impactado no ha sido la vehemencia de los islamistas, ni la paz espiritual de los tibetanos, ni siquiera la espiritualidad tan cacareada de la India. No. Lo más impresionante ha sido la parafernalia con la que, a lo largo de los siglos, todos ellos por igual han disfrazado las enseñanzas originales hasta ahogarlas en un oscurantismo que sólo arroja luz sobre nuestro escepticismo.

¿En qué momento del tiempo nos confundimos y le dimos más importancia a la forma que al fondo, a la imagen que a la palabra, al ritual que a la conducta, al mensajero que al mensaje? ¿Cómo fuimos capaces de desvirtuar unas ideas tan puras como las que nos dejaron personajes excepcionales como Budha o Jesús y convertirlas en mantras repetitivos que perdieron su significado hace ya mucho tiempo? Mientras ellos nos mostraban el camino para ser mejores personas, nosotros nos quedamos atontados mirando el dedo con el que nos lo señalaban, y ahora ya es demasiado tarde para intentar ver más allá porque entre tanto humo, sotana y ofrenda nos han tapado la vista y cerrado la mente.

Ayer estuvimos en un templo de Confucio, el más grande de los filósofos chinos. El Maquiavelo de Oriente es ahora adorado como una virgen. En vida ningún gobernante quiso aplicar sus métodos, pero una vez muerto no sólo le pusieron un altar sino que durante 500 años hasta el último de los emperadores le ofreció sacrificios. Si el maestro los viera los cateaba a todos por no haber entendido nada. Confucio fue el creador del sistema de exámenes, método que la burocracia del Imperio utilizó durante siglos para seleccionar a sus funcionarios y que Mateo Ricci, jesuita misionero en la China, exportó a occidente para drama de futuras generaciones estudiantiles. O sea un genio pero de este mundo, de divino nada.

De igual forma en el budismo el mensaje del Iluminado era claro como el agua bendita: “que nadie me ponga velas cuando se me apague la luz porque, una vez muerto, no debéis adorarme, sólo podéis ser seguidores de vosotros mismos”. Maldito sea el caso que le hicieron porque, efectivamente, no siguieron sus enseñanzas sino las suyas propias, las que una y otra vez nos llevan a convertir en dios cualquier cosa que se mueva de forma diferente. Hoy en día no hay templo budista que no esté a rebosar de imágenes de Budha, o Ikea que no venda figuras del panxa contenta con su mano extendida. Si no sirve para meditar, al menos que aguante el jabón o recoja propinas en el bar.

Si dios existe, tenga la cabeza como una bola de billar o lleve barba, debe estar tirándose de los pelos. Igual, incluso, decide enviarnos de nuevo a su hijo o a cualquiera con dos dedos de frente para que ponga un poco de orden a tanto follón. Aunque a lo mejor, antes de venir, se lo piensa dos veces y prefiere quedarse allí arriba viendo como nos espabilamos nosotros solos. Y es que por tiempo no será. Como que tiene toda la eternidad.

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El turista que murió de éxito. O de asfixia, no estamos seguros. Lo que está claro es que la palmó o la palmará. Y más rápido de lo que parece. Ahogado por las hordas de visitantes que invaden hasta el último rincón de cualquier monumento, o muerto de aburrimiento o de calor mientras hace cola durante horas para entrar en cualquier museo. O sobramos muchos o faltan ciudades para visitar, pero ninguna de las dos cosas tiene ya fácil solución.

 Qué ver en Pekín China

El otro día estuvimos en la residencia del emperador chino en Pekín. Setecientos años de historia monárquica, ahora con la foto de Mao presidiendo su entrada. ¡El Rey ha muerto, viva el Dictador! No engañaremos a nadie, no es ninguna maravilla, ni por su arquitectura, ni por el poco arte que contiene. Lo mejor, de largo, su nombre: La Ciudad Prohibida, aunque algunos hagan chistes fáciles con la versión inglesa (The Forbiden Shitty leemos en la pared de un baño público). Y poco más que eso. O eso pensábamos hasta que, hartos de darnos codazos con cientos de chinos aprendices de turistas, huimos hacia uno de los pabellones laterales. Allí nos sentamos en un banco más largo que La Muralla China y ocurrió el milagro. Igual que las aguas se abrieron ante Moisés, las masas de fotógrafos amateurs desaparecieron y una calma china invadió el jardín de piedra en el que nos habíamos refugiado. En ese instante nos dimos cuenta por primera vez de la majestuosidad de La Ciudad Prohibida, así como de la serenidad que trasmite y la perpetuidad que irradia. En aquel momento sus nombres cursis dejaron de serlo y casi alcanzamos a comprenderlos. La Colina de la Belleza Acumulada, el Palacio de la Pureza Celestial, el Salón de la Paz Eterna o el Pabellón de la Cultivación Mental.

 Qué ver en Beijing China

Ese simple instante justificó las horas de espera para entrar, aunque en el futuro muy pocos tendrán nuestra suerte. Tardará más o menos, será el año próximo o el otro, pero llegará el día en que el turismo muera de éxito y ese momento que nosotros tuvimos el privilegio de disfrutar será imposible de repetir. Cuando eso ocurra tendremos que elegir: o dejamos que la multitud acabe con estos monumentos o los convertimos en coto de unos pocos. Menudo dilema. Nosotros, por si acaso, nos hemos puesto como objetivo para este año ver las Siete Maravillas del Mundo y alguna más. Y que nos quiten lo bailao.


[1] Juego de palabras en inglés: “The Forbiden Shitty” (la mierda prohibida) en vez de “The Forbiden City” (la ciudad prohibida)

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Aunque acabamos de llegar a Shanghai, no parece que hayamos salido de Hong Kong. La misma tez amarilla, los mismos rascacielos, la misma perfección. Allá pensamos que su buena marcha era cosa de la ZEM, Zona Especial de Millonarios o algo así, un estatus especial que tienen algunas ciudades de la China moderna para escapar del comunismo y aprovechar los beneficios del capitalismo. Es decir, paraísos fiscales donde nadie paga impuestos, ni siquiera la gente honrada.

Shanghai China

Pero Shanghai es diferente porque sus habitantes pasan por caja como todo hijo de vecino. El refranero popular es sabio y tiene claro el secreto de su éxito: curran como chinos. Sin cachondeos, no paran, todo el día, de aquí para allá. En realidad, detrás de muchas de las grandes obras del mundo siempre hubo un grupo de chinos. Puentes gigantescos, autopistas interminables o tendidos imposibles de tren. Nunca se han llevado los honores, ni han salido en los créditos pero los que se partieron la cara para llevarlas a cabo fueron ellos. Por eso no hay ciudad del planeta que se precie que no tenga un Barrio Chino como dios manda.

Shanghai China Shanghai China

Imaginaros una ciudad mayor que Madrid o Barcelona y tan moderna o más que ellas dos juntas, llenadla de chinos y estaréis en Shanghai. Nada de globitos rojos colgando de las puertas, ni chinitas con sombreros de paja. Nosotros discutiendo si el AVE tiene que pasar por el aeropuerto o no y allí con un tren magnético que levita y alcanza los 480 km/hora. Viéndolos nadie diría que tienen mucho que envidiarnos, ni siquiera la democracia. Es verdad que en China sólo existe un partido político pero la mayoría de los cargos son elegidos por votación, algo que no sucede en nuestros partidos políticos. En España el presidente lo decide todo, desde su consejo de ministros hasta el cargo más irrelevante. A veces, incluso, nombra a su propio sucesor. Por mucho que se les llene la boca hablando de la Constitución, no tienen nada de demócratas. Cero patatero. Después de miles de años de historia, si pensamos que con apenas unas décadas de democracia ya hemos llegado a nuestra estación final, es que somos muy pretensiosos. Por la misma razón, no estaría de más que, en vez de criticar al resto de sistemas políticos, mirásemos qué podemos aprender de ellos.

De China se dice que sólo hay un partido, pero también podríamos pensar que existen millones de ellos porque, en realidad, es como si cada persona fuera su propio partido. Los que quieren ser candidatos sólo tienen que apuntarse a la lista. Si convencen a sus compañeros saldrán elegidos y, si no, se quedan en casa. No hay más trámite que ése. Allí quien quiere vota, pero para ello debe mostrar un mínimo interés y afiliarse al partido. Y no suena mal porque ¿cuántos votantes se leen los programas de los diferentes partidos antes de unas elecciones? Si ni siquiera lo hacen los propios políticos, capaces de copiarlo del vecino, y no de uno cualquiera sino del último de la clase[1]. Y si no tenemos ni puñetera idea de lo que quieren hacer por nuestra ciudad o país, ¿cómo podemos votarles?

En China al haber un solo partido no hay órdenes de voto. Cada cuál lo hace según su opinión y consciencia. En España el de arriba decide sí o no a una ley y todos sus diputados obedecen a rajatabla, aunque opinen lo contrario o, peor todavía, aunque vaya en contra de los ciudadanos que los votaron y gracias a los cuáles tienen trabajo y sueldo. Pobres de ellos si no siguen las directrices del partido porque serán el centro de un escándalo y hasta la oposición los acusará de tránsfugas. Todo por haber votado lo que creían que era justo. Algunos se escudan en que, como no tienen tiempo para leer todas las propuestas ni tienen por qué ser expertos de cualquier materia, delegan en el criterio de sus líderes con los que comparten unos mismos ideales. Compramos la moto pero entonces que se queden en casa. Uno sólo de ellos bastaría para votar en nombre de todos y así al menos nos ahorraríamos sus dietas.

También podríamos aprender algo de la Cámara de los Lords en Gran Bretaña, un órgano no electo con derecho a vetar cualquier ley y devolverla al parlamento, siempre que sea con un veredicto razonado. Es verdad que en el pasado el único mérito de sus miembros era ser hijos de nobles pero, poco a poco, se ha ido renovando para convertirse en una cámara de sabios. Desde hace décadas las nuevas incorporaciones son personalidades que han demostrado ser extraordinarias en sus respectivos campos profesionales. No suena mal, que nos gobiernen unos pocos pero que sean los mejores, elegidos por sus méritos y no por haber sabido ascender dentro del partido. ¿No sería bueno que el ministro de Justicia fuera elegido por todos los juristas del país y no por ser de la misma cuerda que el presidente? ¿Y el de Economía por los empresarios? ¿Y el de Sanidad por el personal médico?

O mejor todavía, un gobierno privado. Si te gusta pagas los impuestos y, si no, no cobran un duro. Como si estuvieras comprando un coche pero con garantía. O cumplen sus promesas, o te devuelven el dinero. Con los países parece una locura, aunque con las ciudades estamos más cerca de lo que parece. Según el concepto de city-marketing, cada ciudad tiene un posicionamiento o unas cualidades y debe publicitarlas pero, por encima de todo, las tiene que cumplir. Son las seis efes: facilities, fashion, fun, feel, fortune y future[2]. Si los gestores de la ciudad lo hacen bien tendrán su recompensa porque más ciudadanos querrán vivir allí y más impuestos recaudarán. Hasta podrían cotizar en bolsa porque, como ya decía Pasqual Maragall el otro día en una entrevista publicada en la prensa china, “en el futuro lo distintivo serán las ciudades, no los países”. Y Shanghai estará entre las mejores, que nadie lo dude.


[1] Juan Fernando López Aguilar, ministro de Justicia del 2004 al 2007, se presentó como candidato a la presidencia del cabildo canario con un programa plagiado del Partido de la Ciudadanía catalán

[2] Equipamientos, moda, diversión, sensaciones, fortuna y futuro

Itinerario recomendado para visitar China con restaurantes a lo largo de la ruta.





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