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Aunque acabamos de llegar a Shanghai, no parece que hayamos salido de Hong Kong. La misma tez amarilla, los mismos rascacielos, la misma perfección. Allá pensamos que su buena marcha era cosa de la ZEM, Zona Especial de Millonarios o algo así, un estatus especial que tienen algunas ciudades de la China moderna para escapar del comunismo y aprovechar los beneficios del capitalismo. Es decir, paraísos fiscales donde nadie paga impuestos, ni siquiera la gente honrada.

Shanghai China

Pero Shanghai es diferente porque sus habitantes pasan por caja como todo hijo de vecino. El refranero popular es sabio y tiene claro el secreto de su éxito: curran como chinos. Sin cachondeos, no paran, todo el día, de aquí para allá. En realidad, detrás de muchas de las grandes obras del mundo siempre hubo un grupo de chinos. Puentes gigantescos, autopistas interminables o tendidos imposibles de tren. Nunca se han llevado los honores, ni han salido en los créditos pero los que se partieron la cara para llevarlas a cabo fueron ellos. Por eso no hay ciudad del planeta que se precie que no tenga un Barrio Chino como dios manda.

Shanghai China Shanghai China

Imaginaros una ciudad mayor que Madrid o Barcelona y tan moderna o más que ellas dos juntas, llenadla de chinos y estaréis en Shanghai. Nada de globitos rojos colgando de las puertas, ni chinitas con sombreros de paja. Nosotros discutiendo si el AVE tiene que pasar por el aeropuerto o no y allí con un tren magnético que levita y alcanza los 480 km/hora. Viéndolos nadie diría que tienen mucho que envidiarnos, ni siquiera la democracia. Es verdad que en China sólo existe un partido político pero la mayoría de los cargos son elegidos por votación, algo que no sucede en nuestros partidos políticos. En España el presidente lo decide todo, desde su consejo de ministros hasta el cargo más irrelevante. A veces, incluso, nombra a su propio sucesor. Por mucho que se les llene la boca hablando de la Constitución, no tienen nada de demócratas. Cero patatero. Después de miles de años de historia, si pensamos que con apenas unas décadas de democracia ya hemos llegado a nuestra estación final, es que somos muy pretensiosos. Por la misma razón, no estaría de más que, en vez de criticar al resto de sistemas políticos, mirásemos qué podemos aprender de ellos.

De China se dice que sólo hay un partido, pero también podríamos pensar que existen millones de ellos porque, en realidad, es como si cada persona fuera su propio partido. Los que quieren ser candidatos sólo tienen que apuntarse a la lista. Si convencen a sus compañeros saldrán elegidos y, si no, se quedan en casa. No hay más trámite que ése. Allí quien quiere vota, pero para ello debe mostrar un mínimo interés y afiliarse al partido. Y no suena mal porque ¿cuántos votantes se leen los programas de los diferentes partidos antes de unas elecciones? Si ni siquiera lo hacen los propios políticos, capaces de copiarlo del vecino, y no de uno cualquiera sino del último de la clase[1]. Y si no tenemos ni puñetera idea de lo que quieren hacer por nuestra ciudad o país, ¿cómo podemos votarles?

En China al haber un solo partido no hay órdenes de voto. Cada cuál lo hace según su opinión y consciencia. En España el de arriba decide sí o no a una ley y todos sus diputados obedecen a rajatabla, aunque opinen lo contrario o, peor todavía, aunque vaya en contra de los ciudadanos que los votaron y gracias a los cuáles tienen trabajo y sueldo. Pobres de ellos si no siguen las directrices del partido porque serán el centro de un escándalo y hasta la oposición los acusará de tránsfugas. Todo por haber votado lo que creían que era justo. Algunos se escudan en que, como no tienen tiempo para leer todas las propuestas ni tienen por qué ser expertos de cualquier materia, delegan en el criterio de sus líderes con los que comparten unos mismos ideales. Compramos la moto pero entonces que se queden en casa. Uno sólo de ellos bastaría para votar en nombre de todos y así al menos nos ahorraríamos sus dietas.

También podríamos aprender algo de la Cámara de los Lords en Gran Bretaña, un órgano no electo con derecho a vetar cualquier ley y devolverla al parlamento, siempre que sea con un veredicto razonado. Es verdad que en el pasado el único mérito de sus miembros era ser hijos de nobles pero, poco a poco, se ha ido renovando para convertirse en una cámara de sabios. Desde hace décadas las nuevas incorporaciones son personalidades que han demostrado ser extraordinarias en sus respectivos campos profesionales. No suena mal, que nos gobiernen unos pocos pero que sean los mejores, elegidos por sus méritos y no por haber sabido ascender dentro del partido. ¿No sería bueno que el ministro de Justicia fuera elegido por todos los juristas del país y no por ser de la misma cuerda que el presidente? ¿Y el de Economía por los empresarios? ¿Y el de Sanidad por el personal médico?

O mejor todavía, un gobierno privado. Si te gusta pagas los impuestos y, si no, no cobran un duro. Como si estuvieras comprando un coche pero con garantía. O cumplen sus promesas, o te devuelven el dinero. Con los países parece una locura, aunque con las ciudades estamos más cerca de lo que parece. Según el concepto de city-marketing, cada ciudad tiene un posicionamiento o unas cualidades y debe publicitarlas pero, por encima de todo, las tiene que cumplir. Son las seis efes: facilities, fashion, fun, feel, fortune y future[2]. Si los gestores de la ciudad lo hacen bien tendrán su recompensa porque más ciudadanos querrán vivir allí y más impuestos recaudarán. Hasta podrían cotizar en bolsa porque, como ya decía Pasqual Maragall el otro día en una entrevista publicada en la prensa china, “en el futuro lo distintivo serán las ciudades, no los países”. Y Shanghai estará entre las mejores, que nadie lo dude.


[1] Juan Fernando López Aguilar, ministro de Justicia del 2004 al 2007, se presentó como candidato a la presidencia del cabildo canario con un programa plagiado del Partido de la Ciudadanía catalán

[2] Equipamientos, moda, diversión, sensaciones, fortuna y futuro

Itinerario recomendado para visitar China con restaurantes a lo largo de la ruta.





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