Monta tu viaje con nuestras rutas

Empezar a planificar mi viaje

Don't be guiri!

Rutas y restaurantes para disfrutar de tu viaje más que nunca

Fernando de Noronha, una isla-acuario.

Fernando de Noroña, Brasil

Salimos del Porto en un catamarán cochambroso pero que navega muy fino. A bordo el capitán, el rasta, la novata y nosotros. Nadie más. Para variar, hemos tenido suerte. El Mar de Fora está calmado y podremos ir a Pedra Seca, el mejor punto de buceo de Fernando de Noronha. Estamos en una pequeña isla paradisíaca a una hora en avioneta de la costa brasileña. Aunque fue descubierta por Américo Vespucio, la bautizaron con el nombre del capitalista de la expedición. Eso sí, cuando tocó ponerle título al gran continente, el tío se dejó de chorradas y le puso el suyo. Explorador sí pero de tonto ni un pelo.

Aquí, aunque las playas son tan bonitas como vírgenes, lo espectacular está bajo el agua. Ayer haciendo snorkle vimos unas cuantas tortugas, algunas rayas y un pequeño tiburón. Hoy, en cambio, nos vamos al fondo. El rasta nos da el briefing. Los islotes que vamos a rodear son dos meteoritos que cayeron como rayos incrustándose en el fondo del mar. Según los geólogos, en realidad, son arena petrificada hace millones de años pero la ilusión no nos la quita nadie. Empezamos a ponernos el equipo y no podemos dejar de sentirnos Bond, James Bond. ¿Qué le vamos a hacer? Es parte de la gracia. Antes de meternos, un último comentario sobre la misión: el objetivo, como siempre, volver a bordo sin que pase nada.

Nos ponemos en fila delante del portón de salida de estribor. Entre el traje de rana, las aletas de pato, los pesos y la botella de oxígeno, la sensación es asfixiante. Fuera del agua apenas puedes moverte, con un pequeño salto, sin embargo, todo cambia. Te hundes un metro, no más, y vuelves rápidamente a la superficie. Llevamos el jacket hinchado que nos mantiene a flote. Zero killed, OK. Todos estamos bien, así que empezamos a vaciar nuestro salvavidas particular para sumergirnos. En un segundo dejamos de oír el ruido de las olas y entramos en otro planeta. Si queréis ir a un mundo diferente, no hace falta coger ningún cohete, bajo el agua os sentiréis como un auténtico astronauta. Silencio absoluto. Sólo oyes tu propia respiración, como si llevaras una escafandra de la NASA. De hecho, la piscina más grande del mundo es para los entrenamientos de sus cosmonautas.

Fernando de Noroña, Brasil

Ahora estás sólo. Por mucho que lo intentes no puedes hablar con nadie. Es como una pequeña pesadilla donde intentas gritar y tu compañero de aventura ni se inmuta. Pero tampoco importa mucho porque la sensación de ingravidez te ha dejado sin palabras. Estás volando. Mejor todavía, estás flotando en el aire. Pero no es una caída libre como en un salto de paracaidismo, estás bajando lentamente como si estuvieras acercándote a tu nave espacial. La diferencia es que no estás en el vacío infinito sino que acabas de entrar en un universo diferente. Mires donde mires hay vida, muchísima vida, pero no es como en la selva o sábana donde todos corren para salvar su pellejo. Aquí tienen un pacto de no agresión para poder pasear tranquilamente y tú también eres parte de ese tratado de paz porque cientos de peces empiezan a rodearte, a pasarte por abajo y por arriba, mirándote o ignorándote, dándote la espalda o incluso siguiéndote.

Es tanta la visibilidad que llegamos a sentir vértigo. El rasta nos hace una señal. La mano en la frente como si fuera una aleta. Tiburao. Pequenho, por el segundo gesto que nos hace. A Belén, en cambio, le salen burbujas por todos lados. Ella también tiene la mano en la frente pero abre tanto los brazos que el corazón se nos acelera a todos. Nos asomamos a una sima y vemos no uno sino dos tiburones, de unos dos metros de largo, quizás tres, escondidos dentro de una cueva. Cuando llega la novata se ponen nerviosos y el mayor empieza a dar vueltas como si estuviera enjaulado. Aunque parezca mentira están durmiendo. Los dejamos tranquilos.

Fernando de Noroña, Brasil

Seguimos volando entre arcos y cuevas, metiéndonos por un agujero y saliendo por otro, cruzando puentes naturales y bajando por pozos. Si miras arriba, puedes ver la espuma de las olas romper contra el arrecife con tanta fuerza que parece una tormenta en el cielo submarino. Aquí abajo en cambio no hay vientos que soplen pero sí corrientes que arrastran. Nos dejamos llevar por una de ellas mientras empezamos a dar volteretas sobre nosotros mismos, moviéndonos como acróbatas sin red. Justo cuando estamos pensando que en pocos sitios uno puede sentirse tan feliz como aquí, llega el mejor momento de toda la inmersión. Volando como si fuera una astronave viva, apenas sin esfuerzo a pesar de su enorme caparazón, aparece una tortuga. Abre y cierra la boca como si nos quisiera decir algo y sigue su camino planeando por encima de nuestras cabezas. A su lado todo lo que hemos visto hasta ahora, la raya gigante, la langosta de color violeta, el pez jugando a fútbol con una caracola y el tiburón lima que nos encontramos de frente, nos parecen muy poca cosa.

Hora de volver. Poco a poco vamos subiendo, con una parada de descompresión a cinco metros por si acaso. Se acabó el vuelo pero sigue el viaje. Cincuenta minutos respirando aire comprimido es más que suficiente para dejarte un buen rato eufórico. Con una sonrisa miramos al mar. Desde aquí arriba nadie diría que abajo está el planeta de las tortugas. ¿Qué deben pensar ellas cada vez que sacan la cabeza del agua para respirar?

Itinerario recomendado para visitar Brasil con restaurantes a lo largo de la ruta.





Descárgate la App de Way Away con nuestras Rutas de Viaje geolocalizadas

 

 

Posted In: Brasil

Etiquetas: