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Aeropuerto de Sana’a, capital de Yemen, uno de los tres países donde según la CIA se refugian mayor número de terroristas.

Mujer con Burkha

No uno sino muchos. Este año en Yemen se llevan los burkhas con lentejuelas. Los velos de Channel o de Dior siempre serán un clásico pero ahora la mayoría prefieren las tachuelas. Si alguien se pregunta qué demonios hacemos en un país así, la respuesta es muy simple, ahorrarnos 200 euros por cabeza. El vuelo de Addis Abeba a El Cairo salía mucho más barato si hacíamos escala en Sana’a, capital de Yemen y aquí estamos. No hemos salido del aeropuerto pero tres horas de espera nos han dado para mucho.

Sólo conocemos a una persona que haya estado en Yemen y, según ella, es el mejor viaje que ha hecho nunca. Y no lo dice cualquiera. Menchu y Carlos llevan unos cuantos visados encima y todavía más vacunas. Si tuviéramos más días, nos quedaríamos para visitar los famosos rascacielos del desierto del siglo XVI. O el barrio antiguo de Sana’a, perfectamente conservado desde hace mil años. O incluso alguna de sus islas con cientos de especies autóctonas, entre ellas el Dragon Blood Tree, un árbol curiosamente muy parecido en forma y nombre al drago canario.

Aunque no podamos ver nada de todo esto, el espectáculo desde la sala de embarque no se ha quedado corto. Delante nuestro tenemos a dos mujeres que podrían ser el mismísimo Bin Laden camuflado porque es imposible ver ni un centímetro de su piel. Su rostro está cubierto por un burkha, mientras unos guantes más largos que los de Hilda les suben por el brazo desapareciendo debajo de una túnica negra con la que van barriendo el suelo. Cuando el marido desaparece camino a la cafetería, una de ellas se aparta el velo y parece respirar el aire fresco a bocanadas. Por suerte son la excepción. El resto, al menos, pueden lucir los ojos, pintados con tanto esmero que parecen bailarinas de cabaret disfrazadas para pasar la frontera. Alguien nos contó que en Turquía las mismas mujeres que de día iban bien cubiertas y tapadas, de noche y en privado lucían shorts y tops, bailando como si fueran las mejores gogo girls de Pacha Ibiza. No nos imaginamos a ninguna de nuestras vecinas dándole a la cadera, aunque no son pocas a las que por debajo del hábito les asoman tejanos de marca con pata de elefante a la última moda. Eso sí, para beber la Pepsi de turno todas necesitan tirar de pajitas que desapareceren por debajo del velo.

Hemos comprado el Yemen Observer y nos enteramos que hace tiempo que las mujeres de este país disponen de su propia Asociación. Ayer mismo presentaron una reclamación al Parlamento para que se anule una fatwa que diferentes imanes acaban de proclamar prohibiendo la participación de cualquier fémina en la vida política. El causante de todo este revuelo es el presidente de la cámara y su polémica decisión para que en las próximas elecciones un mínimo del 15% de los parlamentarios sean mujeres. No somos observadores de la ONU ni mucho menos, pero nos jugamos nuestro pasaporte a que, desde ahora hasta entonces, la cosa andará movidita por Yemen, eso si alguna vez dejó de estarlo.

Cuando aterrizamos hace un rato vimos restos de helicópteros militares abatidos así como cazas escondidos en hangares camuflados y dispersados asimétricamente alrededor del aeropuerto. Con esta imagen todavía en la retina, el nombre de su banco nacional no nos parece tan extraño: Bank of Reconstruction and Development of Yemen . Y, por si no teníamos suficientes evidencias de que por este país la cosa no está muy estable, paseando por el duty-free hemos tropezado con un escuadrón de guerrilleros mal camuflados. Cinco o seis hombres de treinta a cuarenta años, con tejanos, botas y camisetas, marcando musculitos y con petates todos igualitos pero sin insignia ni marca alguna. Sus tarjetas de embarque son diferentes a las nuestras y en uno de sus portátiles, por descuido, hemos visto una foto que puede explicarlo todo o no. Un grupo de soldados posando para la cámara, con el famoso fusil soviético AK33 colgado del cuello y alguna que otra Beretta en la mano, algunos vestidos de militares sin galones, otros simplemente de sport.

Pero estos mercenarios parecen ser los buenos. Los malos, cuenta el periódico, son los que andan por el norte fastidiando desde hace meses. El gobierno alardea de que todo está bajo control y como muestra un botón: la principal carretera del país ya está abierta. Como si fuera lo más normal del mundo que anduviera cerrada, tanto que cuando finalmente despegamos damos gracias porque a Israel no se le haya ocurrido atacar las instalaciones nucleares de Irán mientras hacíamos escala en Yemen. A Belén nunca le gustó la Pepsi con pajita y mucho menos ver el mundo a través de un velo. Por muchas lentejuelas que lleve.

Posted In: Vuelta al Mundo