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Ollantaytambo, el Valle Sagrado de los Incas, Perú.

Valle Sagrado, Perú

Cuentan los descendientes de los incas que cuando los españarris entraron en Cuzco los confundieron con los hijos del sol. De piel blanca y altos, con armaduras resplandecientes y montados en animales que nunca habían visto, se puede llegar a entender su error, un error que les costó muy caro. Al llegar a Cuzco, Pizarro hizo prisionero a traición al hijo del Sol , el cuál se ofreció a pagar su propio rescate. Llenaría una habitación entera de oro y plata hasta cubrir al conquistador por encima de su cuerpo con la mano extendida hacia arriba. Cegado por las continuas caravanas que venían de todo el reino para cumplir con el pago, Pizarro supuso que, si estaban dispuestos a entregar todas esas joyas casi sin haber combatido, mucho más debían tener escondido. Sin esperar ni un segundo, dio órdenes para que sus hombres rebuscaran debajo de cada piedra persiguiendo un tesoro que quizás sólo existía en su imaginación.

Alertados los incas de que el rescate no había servido para aplacar la codicia del desgraciado, el sistema de postas de información avisó hasta el último confín del Imperio para que todo el oro fuera enterrado o lanzado al fondo de los lagos. Siglos más tarde, Jacques Cousteau fue el primer hombre en bucear en el Titicaca para comprobar si la leyenda era cierta o no. Todo su botín fue descubrir una población de millones de extraños sapos y ranas. Algunos quechuas, sin embargo, juran y perjuran que es verdad, que lo han visto con sus propios ojos. Que ese oro existe y que sigue escondido pero también maldito pues cazadores modernos que se han atrevido a excavarlo han muerto envenenados con sólo tocarlo. La explicación, como en la mayoría de las ocasiones, es más científica de lo que nos gustaría creer. Con el paso de los años el oro desprende un gas tóxico que se acumula en pequeños resquicios del terreno y que, al ser descubierto de golpe y respirado tras cinco siglos, puede ocasionar serios problemas.

Valle Sagrado, Perú

La única verdad, sin embargo, es que nadie nunca lo encontró. Nos encantaría pensar que fueron los propios soldados españoles quienes se lo mangonearon a su gran general. Bastardo por bastardo, que se lo queden los de peor calaña. Cuentan que la noche más infame de Cuzco se pudo ver a un soldado apostar a los dados el enorme disco de oro que durante años había colgado de las paredes de Koricancha. ¿Os imagináis a un moro apostando la Pietá de Miguel Angel por una cachimba de fumar? Y después resulta que los gitanos, con perdón por la expresión, son los otros.

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