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Viajando en un tren bala de Tokio a Takayama

Escribimos mientras volamos en un tren de alta velocidad llamado Shinkansen, el famoso tren-bala. Veinte vagones, cada uno de dos pisos, avanzando a más de 300 kilómetros por hora. En los años ‘60 Japón decidió que su estrategia de transporte iba a basarse en los trenes y no en los aviones. Hay decisiones que marcan el futuro de las empresas e igual sucede con los países. No son muchas, todo lo contrario, a lo sumo una o dos en cada legislatura o ciclo empresarial. En esos casos, además, nadie puede asegurar a priori qué opción es la correcta. Siempre habrán tecnócratas, científicos, burócratas o simples políticos a favor o en contra de una u otra decisión, argumentos en un sentido y en el otro, perjudicados y favorecidos. A posteriori tampoco es fácil saber si las decisiones fueron acertadas o no porque sus consecuencias sólo serán visibles al cabo de décadas. En realidad, los propios líderes, los buenos de verdad, los que al final de su vida han demostrado y probado tener éxito una y otra vez, son los primeros que cuando se les pregunta por sus méritos hablan de la suerte.

Es la teoría de la ventana y el espejo: the window and the mirror. Estos líderes miran a través de la ventana para buscar las razones de sus éxitos, mientras que se miran al espejo para encontrar las de sus fracasos, que también los han cosechado. Creen a pies juntillas que cuando las cosas les salieron bien fue gracias a un cúmulo de causas fortuitas entre las que no se incluyen y, en cambio, cuando todo se torció se designan como únicos culpables por no haber sido capaces de anticiparlo. Es la conclusión de un estudio realizado entre los dirigentes de las 50 empresas que más incrementaron su valor en bolsa durante los últimos 20 años. Mirad ahora alrededor vuestro. Fijaros en nuestros líderes políticos o en vuestros jefes de empresa. Delante de un fiasco, ¿se reconocen como culpables o miran a través de la venta señalando a otros? Y al revés, cuando las cosas salen bien, ¿confiesan que la fortuna les sonrió o no paran de recordarnos que el mérito fue suyo?

En ese mismo estudio también se preguntaba sobre el método seguido para tomar esas decisiones críticas: el 75% afirmaron que en la mayoría de las ocasiones se dejaban llevar por su propia intuición, ahora que ya estaban jubilados podían reconocerlo sin tapujos. No tenían ningún sistema, no seguían ninguna metodología complicada, ni mucho menos realizaban análisis profundos. Tampoco tenían trucos, varitas mágicas o chisteras de donde sacar conejos de oro. Listos como nadie, ante cualquier dilema siempre eran capaces de encontrar argumentos a favor y en contra, de defender una postura o atacar la contraria y volver a hacerlo en el sentido inverso. Tan fácil les resultaba que al final ya no podían distinguir qué opción era la mejor, simplemente dejaban que su instinto decidiera por ellos.

Juguemos ahora a ser líderes, a tomar nosotros esas decisiones que pueden cambiar el rumbo de un país, y hagámoslo como ellos, dejando que sea nuestra intuición la que nos guíe. Si fuerais el presidente del gobierno ¿por qué sistema de transporte apostaríais? ¿Trenes como Japón o aviones como EE.UU.? Si escogéis los trenes, ¿lo haríais con un sistema radial o con uno concéntrico? ¿Uniendo Madrid con todas las capitales de provincia o formando un círculo con La Coruña, Bilbao, Barcelona, Valencia, Málaga, Sevilla, Lisboa y de nuevo La Coruña? ¿O mejor aún, estableciendo una gran línea que una África con Europa pasando por los principales puertos del Mediterráneo? Si habéis elegido los aviones, ¿preferís un solo hub gigante en Madrid y un aeropuerto pequeño en cada capital de provincia, o varios hubs repartidos por toda la península bien conectados con las ciudades más próximas? Puede parecer un juego tonto pero no lo es. Este tipo de decisiones son las que marcan el éxito de un país y demasiadas veces los ciudadanos de a pie no les prestamos ninguna atención.

Los dos grandes fabricantes de aviones, Boeing y Airbus, también han tenido que apostar sobre cómo será el mercado en el futuro, si los países más avanzados escogerán tener un solo hub o varios. Los americanos, más federalistas que nadie, creen en una red con muchas conexiones, más hubs y, por tanto, menos viajeros por vuelo; por eso han decidido desarrollar aviones más pequeños, de menor gasto y con mayor facilidad para despegar y aterrizar. En el consorcio europeo controlado por los absolutistas franceses, en cambio, están convencidos de que los vuelos se centralizarán y el número de hubs no crecerá. Habrán menos vuelos y las distancias serán más largas pero con más pasajeros en cada uno de ellos. De esta forma han apostado por un superavión, el A380, de largo alcance y con el máximo número de pasajeros.

Tardaremos años en saber cuál de las dos compañías habrá acertado pero, en nuestro caso, hace meses que ya tuvimos que decidir: dejarlo todo e irnos a dar la vuelta al mundo, o seguir con nuestras vida tal y como las conocíamos. Primero seguimos lo que habíamos aprendido en la universidad y en nuestros trabajos e hicimos una lista con pros y contras. Después la arrugamos y la tiramos a la papelera, dejando que decidiera nuestro corazón. Si hubiéramos hecho caso a nuestra cabeza, todavía estaríamos discutiendo qué opción es la mejor en vez de ir a 300 km/hora mientras comemos sushi.

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