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Mérida, cerca de la pirámide Chichen Itzá.

Llevamos poco más de una semana en México y entre tanta ruina y tortilla de maíz se nos está quedando cara de aztecas. Es un país interesante pero se repite que da gusto. Mesoamérica está repleto de pirámides de todas las alturas y de todas las culturas, tantas que les sobran para dar y para vender. Zapotecas, Mixtecas, Toltecas y así una larga lista, los mismos indios con diferentes plumas. Si los libros de texto los mantienen separados es porque ninguno de ellos fue capaz de dominar a los demás durante un buen periodo de tiempo. Tan sólo los Mayas en Yucatán y los Aztecas en el Valle de México se impusieron a sus vecinos más cercanos pero poco más.

A pesar de ello, los guías de por aquí no dejan de alabar estas civilizaciones y, a la que pueden, las comparan con los Incas dejando bien claro que los antepasados de los mexicanos sabían leer y escribir mientras que los futuros peruanos no pasaban de mover grandes piedras. Uno tampoco quiere quitarles la ilusión pero mentiríamos si no dijéramos que la mayoría de sus ruinas son de una estética más bien simplona. Chichen Itzá, la obra más emblemática de los Mayas, vale la pena una visita pero tampoco es un alarde de arquitectura si pensamos que fue construida 3000 años después de las grandes pirámides egipcias o 1000 años después del Partenon de Atenas.

En lo de la escritura, sin embargo, sí que les damos la razón. Sus pictogramas tienen un aire de jeroglífico egipcio reconvertido a cómic que los hace especiales, incluso divertidos. Una pena que los curanderos con sotana que vinieron a salvarles el alma se empeñaran también en censurar sus lecturas:

“Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena”. Fray Diego de Landa, Yucatán, en algún momento del siglo XVI.

Huelga decir que el pirómano con crucifijo no tenía ni la más remota idea de leer sus glifos , así que era imposible que supiera si de verdad contenían “falsedades del demonio” o sólo eran libros de cocina con la primera receta de guacamole.

Por suerte, a pesar de que personajes simpáticos como Fray Diego de Landa abundaban mucho por aquí, algunos textos sobrevivieron. Los justos para saber que, como agricultores que eran, tenían conocimiento de los movimientos de los astros y sabían calcular cuándo eran los equinoccios y solsticios. En base a ello alineaban sus templos y palacios, jugando con sombras y luces para provocar efectos deslumbrantes en días señalados, como cuando la sombra de una serpiente sube por las escaleras del templo de Kukulcán en la fiesta del sol. También elaboraron un complicado calendario en el que combinaban el año solar con el mes lunar y con dos números sagrados, el veinte (la suma de los dedos de manos y pies) y el trece (meses lunares del año solar). Con estas cifras realizaban predicciones y profecías, la más famosa de todas ellas la que pronosticó el año exacto de la llegada de los españoles y, con ellos, el fin de su propio reinado pues según sus cálculos cada 520 años debía acabarse un ciclo y empezar una nueva época. Según este calendario el próximo gran cambio será en el 2012. Éste es uno de sus textos proféticos para ese año todavía por venir:

“Los dueños de los ramilletes negros de la tierra ya no gobernarán más”.

¿Se referirán al fin del dominio del petróleo y a la aparición de una fuente alternativa de energía? Demasiado esotérico para nosotros. Lo que sí nos gustaría saber es si los Mayas tenían quinielas y si iban amañadas con tanto profeta, porque su pasatiempos favorito era algo muy parecido al fútbol. De largo lo más interesante de sus ruinas, canchas alargadas donde competían dos equipos de siete jugadores, golpeando el balón con el pie, rodilla o cadera, hasta hacerlo pasar por el aro contrario situado a una gran altura. Los grabados muestran como, una vez finalizado el partido, el capitán de uno de los dos bandos sostenía la cabeza recién cortada de su adversario. Los historiadores siguen sin ponerse de acuerdo sobre si el ganador era el que tenía el honor de manejar el puñal o de perder la cabeza.

Los griegos inventaron las Olimpiadas pero allí competían individualmente, por lo que los primeros en jugar a deportes de equipo puede que fueran los pobladores de Mesoamérica. Si tenemos en cuenta lo que hoy en día representa el deporte para nuestra sociedad, entonces sí que les reconocemos su mérito y ponemos a los Mayas, Aztecas y a todos sus primos en nuestro álbum de Grandes de la Historia. Y lo hacemos con la camiseta del Barça que aquí, como en el resto del mundo, es la que más se lleva. Y de paliza.


 


Itinerario recomendado para visitar México con restaurantes a lo largo de la ruta.





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