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Masai Mara, zona donde viven las principales tribus Masai.

Amboseli, Kenia

No aprendemos. Cada vez que usamos la Lonelyplanet para tomar una decisión sobre el viaje nos equivocamos. Estamos en Kenia haciendo nuestro último safari y hemos confiado nuestros culos a Safe & Ride, una de las compañías recomendadas por la guía de viajes más famosa y vendida del mundo. Dentro de lo que cabe, hemos tenido suerte porque, al menos, esta empresa es de verdad, el resto de las destacadas por Lonelyplanet resultaron ser en su mayoría meros intermediarios entre los operadores y los turistas para encarecer el precio y asegurarse de que los jeeps vayan a reventar.

No es que nos importe que nuestra furgoneta sea de los años ‘70 o que el polvo entre a toneladas por cada ranura, ni tampoco que Richards, el chófer, nos ignore cada vez que le rogamos que pare para ver mejor tal o cual animal y luego sea capaz de pedirnos prestados 80 dólares en medio de la sabana. Todo esto es lo de menos. Lo peor es cuando el motor deja de funcionar, cosa cada vez más frecuente, e intentamos arrancar de nuevo. A bajar y a empujar, que la batería no funciona. Y eso tampoco sería tan grave si no nos saliésemos continuamente de la carretera para meternos entre leones persiguiendo a sus cachorros. Éste es el estilo que se lleva en Kenia. A las indicaciones y señales ni caso, cuando ven un “gato” tiran en línea recta y se acabó. Si no le pisamos la cola a cualquier leona fue porque el señor de las bestias no quiso, y si no se nos caló el coche al lado de unos guepardos fue porque el dios de los humanos no quiso castigarnos, a pesar de merecerlo.

Eso sí, al menos cuando empujamos la camioneta no lo hacemos solos. Vamos con una pareja de hermanos suecos tan simpáticos como diferentes. A Christine nadie le prestaría atención hasta que sonríe y la cara se le ilumina como si fuera una niña pequeña. Andrew, en cambio, a pesar de tener veinte años recién cumplidos, parece que lleve a cuestas unos cuantos más. Después de una fugaz carrera como jugador profesional de póker, viviendo en hoteles de cinco estrellas y viajando por todo el mundo, este bully de los torneos, aburrido de ganar o cansado del estrés, ni él mismo lo sabe, decidió jubilarse anticipadamente. Para su retiro, donde su hermana ha venido a visitarlo, escogió esconderse en una de las tribus más peculiares de toda África, los Maasai. Por la mañana enseña en la escuela inglés y matemáticas. Por la tarde patrulla alrededor del Kilimanjaro para espantar a los cazadores furtivos que todavía quedan por aquí. El comercio de marfil está tan perseguido que ya no es rentable y la piel de leopardo pasó de moda, así que el negocio está ahora en la carne de caza, vendiéndola troceada en filetes como si fuera ganado del bueno.

Leon, Masai Mara, Kenia

En realidad por estos parajes la riqueza de las personas se mide según la carne que campe por el jardín de tu casa. Tantas vacas tienes, tan rico eres. No es un tema de estatus sino de oferta y demanda, pero en este caso de mujeres. El precio de una esposa está en siete vacas y, como puedes tener tantas como quieras -mujeres nos referimos- quien no corre vuela. Sólo hay un requisito para poder acumular consortes, tener más de treinta años. Entre los Maasai, la carrera profesional está más clara que en un partido político. A los cinco años empiezan a trabajar como pastores hasta que son considerados hombres, algo que sucede entre los doce y veinte años cuando en una gran ceremonia todos los Maasai de una misma generación se convierten en guerreros, aunque no por mucho tiempo porque a los treinta ya se jubilan para unirse a los elders, ancianos de la tribu cuyo único trabajo es asignarse pomposos títulos copiados de los occidentales. En otras palabras, mientras los hombres juegan a soldaditos de paja, sus mujeres son las que, como en tantos otros sitios, mantienen el tipo y la familia.

A pesar de ello o quizás por eso, Andrew les ha cogido cariño, tanto que escondido bajo decenas de mantas y collares Maasai su cuerpo cada día se parece más al de ellos. Alto, delgado, con las piernas escuálidas y los dientes separados, para que el mimetismo fuera completo sólo le faltaría agujerearse las orejas –algunos Maasai llegan a doblarlas sobre si mismas- o marcarse las mejillas con hierro incandescente, señal que todavía les hacen a sus hijos para distinguirlos en caso de que otro poblado los rapte cuando son niños. Para que Andrew pueda tener su propio bastón, un simple palo que los hombres llevan siempre consigo y con el que no paran de atizar al ganado, todavía le faltan un par de galones.

Los Maasai son una tribu nómada que llegó a Kenia y Tanzania hace apenas 200 años buscando el pasto fresco de las grandes llanuras, como si fueran antílopes y búfalos en una de sus famosas migraciones. Allí descubrieron el Ngorongoro, el mayor cráter del mundo y cerca natural de miles de animales que viven en un eterno paraíso, quizás el paisaje más bello que hemos visto en toda África. Está siempre rodeado de una bruma que parece más un trazo pendiente ser pintado por las manos mágicas que lo dibujaron que no una simple nube. Lo mismo sucede en el Kilimanjaro, una montaña majestuosa que se eleva 6000 metros en medio del desierto para ser coronado con nieves perpetuas. Un espejismo en el mismísimo ecuador, cuyo continuo deshielo mantiene un ecosistema alrededor suyo donde, como en el Ngorongoro, las bestias están encerradas sin poder huir pero en este caso no por las elevadas paredes de un crater sino por el calor del desierto.

Lago Nakuru, Kenia

En medio de este paisaje, los Maasai parecen viajeros del pasado, fantasmas de la sabana que en cualquier momento salen de la nada y vuelven a desaparecer entre la niebla, con su andar rápido o correr lento, flotando más que rozando el suelo, como si no quisieran despertar a las bestias que les rodean por fuera o persiguen por dentro. Como las que andarán por la cabeza de nuestro amigo Andrew.

Itinerario recomendado para visitar Kenia con restaurantes a lo largo de la ruta.





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