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Cerca de un poblado Mursi, Etiopía, en el hotel más barato de todo nuestro viaje.

Niños Erbore, Etiopía

El sur de Etiopía está poblado por tribus que, aunque viven muy cerca unas de las otras, son completamente diferentes. Sólo disponen de un punto en común, a los turistas les cobran dos birrs por cada foto. Aunque al cambio son tan sólo quince céntimos de euro, el sistema crea una presión tal en el fotógrafo que, antes de darle al botón, uno se lo piensa varias veces. Más aún cuando los “caras quemadas” han aprendido a contar las fotos que les hacen según los clicks que oyen. Tantos clicks, tantos birrs multiplicados por dos.

Pero la presión no es sólo para los visitantes sino también para las modelos. Los jefes de las diferentes tribus, ejerciendo como un auténtico oligopolio prehistórico, han acordado un precio único por foto, por lo que para ser elegidos en el casting fotográfico los candidatos a ser nominados sólo pueden competir haciéndose notar. Y bien que lo intentan. Cuando entras en uno de sus poblados, lo más normal es verse asediado y rodeado de Erbores, Dorzes o Tsamays tirándote del brazo con tanta fuerza que llegas a asustarte, especialmente con los Mursis, tribu famosa por medir la belleza de sus mujeres por el tamaño de los platos que cuelgan de su labio inferior.

La entrada a un poblado Mursi cuesta trece euros y la recaudación se dedica en su mayor parte a la compra de fusiles, armas que son muy comunes en todo el país, a pesar de que el gobierno está realizando una campaña para recogerlos y destruirlos. Aunque peor lo tenían por Kenia. En el periódico local había un anuncio del gobierno solicitando la entrega voluntaria de PAMs. Portable Antiaerial Missile, el sueño de cualquier terrorista, un misil lanzado con un bazooka al hombro, capaz de poner del revés a un Boeing en toda regla. Se calcula que todavía hay cientos de ellos repartidos por África, siempre en manos de particulares. Como si fuera una escopeta de balines.

Chica Mursi, Etiopía Niñi Tsamay, Etiopía Chica Hamer, Etiopía

Volviendo al safari fotográfico de personas, lo que pagas por una foto no va a la caja común sino que se lo quedan los agraciados. Para ello se ponen en fila, mientras los turistas con cámara al cuello pasan revista durante el rato que sea necesario. Todo muy cómico sino fuera por que a tu lado irá un guardia armado del Parque Nacional, soltando manporrazos a todos aquéllos que tratan de convencerte arañándote o tirándote del pelo que su cara es la más fotogénica. Que las mujeres lleven los pechos al aire, tampoco ayuda demasiado a que te sientas cómodo y relajado durante el casting, menos todavía cuando la mitad son niñas en plena pubertad a las que los pezones les asoman como si fueran dos bultos extraños. La sensación no debe ser muy diferente a la de mirar a través de la cerradura de un cambiador de chicas, sabiendo que podrás escoger a la que tú quieras, siempre que estés dispuesto a pagar 2 birrs, claro. Lo peor es cuando por fin lo tienes claro. Señalas a la elegida y entonces el guardia, agarrándola por el brazo, la saca bruscamente de la fila para que puedas tomarle la foto. Desconocemos como escogían a los esclavos hace siglos, pero el método no debía ser muy diferete. Mucho tienen que valer quince céntimos por estas tierras para que se dejen tratar así y encima se mueran por ser las nominadas.

Los Tsamays, en cambio, son un tribu más simpática, sobretodo por el aspecto afeminado de sus hombres, con camisetas bien apretaditas y minifaldas más cortas que en una peli porno. Andan siempre con un taburete en la mano, por si deciden sentarse en cualquier rincón o echarse una siesta. A pesar de su pinta de locas, son igual de machistas que la mayoría. Las mujeres, como siempre, son las que curran y a cambio no tienen taburete ni silla que valga. Ellas al suelo para que nunca olviden lo poco que valen.

Mercado Dorze, Etiopía

Con los Hamer tuvimos suerte, por llamar de alguna forma a los billetes que tuvimos que soltar, y nos invitaron a una de sus chozas a tomar el café. Lo que iba a ser la típica escena de tour organizado acabó siendo lo más surrealista del viaje. Al revés de lo esperado, la que nos inundó a preguntas fue la matrona de la casa, como si ella fuera la turista y nosotros los aborígenes. Todo muy divertido hasta que nos preguntó indignada cómo podíamos estar juntos si Belén era mucho más joven que Pedro. Mientras se nos ocurría alguna respuesta con sentido para su mundo, recogió el café que nos había sobrado y lo tiró de nuevo a la olla comunitaria. Sin dejar de mirarnos, lo removió con un cucharón y tal cual lo sirvió en otro cuenco que ofreció a la segunda esposa de su marido. A la muy descarada nuestra diferencia de edad le parecía escandalosa pero compartir el café y el lecho con otra mujer era lo más normal del mundo. Lo curioso del caso es que en esa tribu son ellas mismas y no el hombre las que eligen a sus competidoras. ¿Escogerán a una chica fea para seguir siendo la preferida o a una guapa para ganarse el agradecimiento del marido? ¿Preferirán a una mujer trabajadora para ahorrarse faena o a una torpe para seguir dominando la casa? ¿Seleccionarán a su mejor amiga para tener buena compañía o a una desconocida para que los celos no rompan la amistad? ¡Eso sí que debe ser un casting de verdad y no el de Operación Triunfo!

Itinerario recomendado para visitar Etiopía con restaurantes a lo largo de la ruta.





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