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Buenos Aires, donde el corralito.

Congreso, Buenos Aires, Argentina

En los seis meses que llevamos de viaje hemos fotografiado todo tipo de sitios menos uno, los cementerios. Nos negamos en redondo con el primero y luego, para ser consecuentes, nos hemos mantenido firmes. No es que seamos tan escabrosos que pueblo al que vamos, cementerio que visitamos. Lo que pasa es que cuando uno se patea ciudades y pueblos, arriba y abajo, sin mapa ni dirección acaba tropezando con ellos aunque no quiera. Y no deja de ser lógico porque si sumamos son muchos más lo que están allá que los que todavía rondamos por aquí.

El hecho es que cuando pasamos por un cementerio no podemos dejar de mirarlo. Debe ser el interés profesional de quien un día acabará siendo cliente suyo. Los hay realmente bonitos pero el mejor lo vimos en Isla de Pascua. Con vistas al océano, está cercado por un muro tan bajo que apenas se distingue de los prados que lo rodean. Al revés que en Europa donde escondemos a nuestros muertos bien lejos de donde vivimos, allí los tienen a la vista de todo el mundo. Aunque tampoco les dan mucha importancia. Apenas tienen lápidas y mucho menos grandes panteones. Un par de sacos de tierra tirados encima del ataúd y poco más, no sea que alguno decida volver y no pueda salir del agujero. Igual también por eso las cruces están mal clavadas como si no tuvieran que ser para toda la eternidad. En algunas se pueden leer inscripciones con letra de niño y colores vivos, con pintura barata o incluso con tiza, pero la mayoría tienen una simple piedra encima o un par de ramas cruzadas y atadas con hojas de palmera. De foto. Pero no la hicimos. No deja de ser un cementerio donde la gente entierra a los suyos cuando están bien muertos y, si en nuestra casa no colgamos la foto de la lápida del bisabuelo, menos nos gustaría que un turista la tuviera en la suya, ¿no?

Buenos Aires, Argentina

Pero todo esto cambió la semana pasada cuando entramos en el cementerio de Buenos Aires donde está enterrada Evita Perón. Parecía el juego del turista perdido en el Laberinto del Fauno. Decenas de personas, con shorts de explorador y cámara en mano, iban de un lado a otro buscando alguna señal, divina o terrestre, que les indicara el emplazamiento del panteón de los Duarte. Aunque la escena se repite cada día, los cuidadores del cementerio como buenos argentinos que son todavía andan discutiendo si es mejor poner carteles o dar un mapa a la entrada. En esas íbamos pensando cuando nos salió la foto del día. Tres señoras bien entradas tanto en carnes como en años reposaban sus posaderas encima de un par de muertos, mientras una de ellas vociferaba en perfecto catalán: “Jaume! Ves tú que jo ja no puc més. Ja m’ensenyaràs la foto!” .

Boca, Buenos Aires, Argentina

Imaginaros a la pobre Evita. Después de lo que luchó en vida por los descamisados, acabar siendo una atracción por todo lo que le pasó una vez muerta. Porque no os penséis que las hordas de turistas que se abalanzan al cementerio municipal de Buenos Aires lo hacen para presentarle respeto por sus obras. Ni por el forro. Es el morbo de sus aventuras póstumas. Hace más de cincuenta años, para evitar que se convirtiera en un símbolo de la resistencia, la dictadura argentina robó su cadáver embalsamado. Sin embargo se les olvidó pensar en la segunda parte del plan. ¿Qué demonios hacer con él? Primero la dejaron en manos de un teniente que se enamoró de ella y acabó pegándose un tiro a pesar de que ella nunca le negó nada. De allí paso a la casa de otro militar donde fue compañera de juegos de su hija que la confundió con una muñeca gigante abandonada en el sótano. Más tarde un párroco italiano aceptó tenerla en su cementerio bajo nombre falso. No queremos ni imaginarnos la cara del confesor al oír los pecados de su señoría. Finalmente decidieron traerla de nuevo a Argentina y la pusieron bajo un par de toneladas de cemento para asegurarse así que se le acabara tanto viaje a la condenada.

Si Evita pudiera hablar por un momento, estamos seguros que soltaría eso de “no llores por mi Argentina que yo me voy a Isla de Pascua”. Y detrás suyo unos cuantos de sus vecinos de tumba, hechos polvo con tanta posadera descomunal y turista con cámara digital.

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