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El paraíso huele a perro

Ayer comimos en uno de los mejores restaurantes de Yogyakarta, la capital cultural de Indonesia. 5 euros. No por persona sino los cuatro. A bulto en Barcelona nos hubiera salido por diez veces más. Traducidlo vosotros mismos: trabajáis un año aquí y alli os tocáis las orejas diez años. Visto así en 3 años os podéis jubilar.

Y puestos a elegir, que le den a la cultura y TV2, y os venís a Bali, que viene a ser lo mismo en cuestión de precios pero dará más envidia a vuestros amigos. Nosotros ya estamos instalados en un casoplón de unos jubiletas australianos.

El primer día, después de bañarnos en su infinity pool y desayunar viendo los arrozales, pensamos que nos tendrían que sacar a golpe de boomerang. Una semana después salimos por piernas. El tráfico en el paraíso es un infierno, las playas son oceánicas y no se baña ni el Curro, y tengo el culo aburrido de tanta hamaca.

La pareja de aussies está igual de aburrida o más así que coleccionan perros. Y claro, como ahora todos somos naturalistas, nadie se atreve a decirles que la piscina sólo es para los homo plastiqus. Así olemos, que hasta las gallinas se vuelven locas cuando nos acercamos…

A veces pienso en las cartas que Lucifer les enviaba a sus colegas los arcángeles desde la tierra donde le desterró Dios (Letters from the Earth, Mark Twain). «Ya os regalo el paraíso del viejo con su coñazo de arpas, todos con túnicas hasta los tobillos» y añado yo, bebiendo agua de coco todo el día. No hay nada como una buena fiesta y pecar hasta el amanecer. Bienvenidos a Saigón.

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Balí, Indonesia