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Kioto, antigua capital del Imperio Japonés.

De razas va el asunto porque, aunque no queramos, aquí todos nos distinguimos por algo. Para bien y para mal. Hoy lo que nos divide es el tipo de maleta. Según donde guardéis vuestra ropa interior cuando viajáis, existen dos razas de turistas. Por un lado, los mochileros, los famosos backpackers, una estirpe con encanto que parece reproducirse más rápido que los insectos y, de hecho, muchas veces van acompañados de ellos. Moscas, cucarachas y otras bestias diminutas. No nos entendáis mal, no es que sean (seamos) unos tipos sucios sino que ese es el precio a pagar en algunos países por ahorrarse unos euros en el hostal o pensión de turno. En otros simplemente es culpa del propio destino, sitios tan exóticos y por eso mismo plagados de bichos, que solamente tipos valientes como los mochileros se atreven a adentrarse en ellos. La otra raza son los troleros, los que arrastran su maleta con ruedas, auténticos comodones con equipajes de marca. La mayoría de éstos se juntan en grupos, se ponen gorras o camisetas del mismo color y cuál ejército moderno siguen a su líder o guía con bandera, para acabar con todos y cada uno de los monumentos que les pongan por delante.

A nosotros nos confunden con unos y otros y es que, en cierta forma, somos unos híbridos. Nuestras maletas llevan ruedas pero también asas de mochila. Aunque como pasa siempre en el mundo, los mestizos son rechazados aquí y allá. Todavía nos entra la risa recordando nuestra discusión en un hotel de Hong Kong donde no nos querían dar habitación a pesar de tener reserva. Nuestro aspecto descuidado recién aterrizados de la India no era admisible para el 4 estrellas que habíamos encontrado a precio de saldo por Internet: “maybe we look like different but we are not!” (“quizás parecemos gente diferente pero no lo somos”). La cara del recepcionista mientras nos miraba de arriba abajo, sucios, con la ropa arrugada y las maletas al hombro, era todo un poema. Pero en el otro lado tampoco se quedan cortos. Cuando en la cantina de cualquier hostal sacamos nuestros ordenadores portátiles, imprescindibles ya para poder organizar nuestro viaje, no son pocos los mochileros que murmuran en nuestra dirección y cogen sus cervezas con más fuerza como para mostrarnos su rechazo. Eso sí, cuando ven que bebemos las nuestras a morro, entonces nos sonríen con cara de “perdón, pensé que eras de los otros”.

Aunque tenemos que reconocer que, al final, todos nos acogen con los brazos abiertos. Quizás con la maligna intención de convertirnos en uno de los suyos: “ven a nuestro youth hostel” o “apúntate a esta excursión”, no paran de decirnos unos y otros. Pero lo hacen con buena fe, sin duda. Eso sí, uno acaba hasta el moño. No de ellos sino de sus guías. Las de papel de los primeros, las de carne y hueso de los segundos. Los backpackers, igual de marquistas que todo el mundo, no salen de su país sin llevar la Lonelyplanet de turno, el instrumento más diabólico que jamás hemos visto. Por pequeña que sea la ciudad o pueblo que consultes te dará un listado interminable de sitios para visitar, decenas de hoteles donde dormir o miles de restaurantes donde comer. Apáñate tú entonces para elegir cuál de ellos es mejor. Si te sale mal, la culpa es tuya. Si la cosa va bien, la medalla para ellos. Así nosotros también hacemos negocio. Los troleros, en cambio, lo dejan todo en manos de sus guías locales tipo follow-me. Aunque los lleven a monumentos de tercera que nadie conoce, a tiendas donde les vendan la lámpara de Aladino o a restaurantes infumables con camareros disfrazados de nativos, ellos lo aguantan todo estoicamente, sin quejarse ni dejar de pagar. Con esos también haríamos negocio.

¿Os imagináis alguien que os indicara sólo los sitios que realmente valen la pena, y que os recomendase ese restaurante u hotel que tienen algo especial y que su precio es el correcto? Una especie de guía o planificador de viajes que te montara la ruta más interesante, te dijera los días que debes estar en cada sitio y cuál es la mejor forma y la más barata de llegar hasta allí pero también de comprar los billetes. Como si fuera un viaje preparado por una agencia pero auténtico, nada de turistadas. Do it yourself. En otras palabras, un viaje Ikea pero montado por Internet. Conectado con tu ordenador puedes planificar tu viaje en un santiamén. Aparte de ahorrarte comisiones de todos tipos, tienes la seguridad de que las recomendaciones son siempre la mejor opción y no la que más les interesa a ellos o por la que reciben mejor comisión. Comparado con Lonelyplanet y otrs guías también tiene sus ventajas. Te ahorras leerte mil y una páginas en letrita bien pequeña y tener que decidir cada vez qué hotel, excursión o restaurante entre las cientos de opciones que te dan es la mejor. Además tienes los links directamente ya seleccionados para hacer la reserva al mejor precio posible. Allí mismo guardas los datos de los localizadores y, cuando te vas de viaje, en un solo documento lo tienes todo: la guía y las reservas. ¿No es genial? ¿Cuánto pagaríais por tener algo así?

(cuando escribimos este post fue cuando definitivamente le dimos forma a la idea de Way Away. Dos años después ya es una realidad y el feed-back que hemos recibido de nuestros usuarios es tan positivo que vamos a seguir invirtiendo para crear nuevas rutas!)

Posted In: Baúl del Viajero

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