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Machu Picchu, la residencia del Emperador Pachacútec.

Machu Picchu, Perú

A medida que te acercas a Machu Picchu no dejas de oír mil historias sobre ella. Los hay que la confunden con El Dorado, señuelo creado por los incas para enviar a los codiciosos conquistadores a una muerte segura en la selva. Otros, basándose en que la mayoría de los restos encontrados son femeninos, afirman que era un templo de vírgenes que, abandonadas a su suerte y sin posibilidad de tener descendencia, acabaron extinguiéndose. Su propio descubridor, un americano que a principios del siglo XX fue guiado por un campesino local hasta sus ruinas, creyó erróneamente que era el fortín secreto de los últimos rebeldes que hicieron frente a los españarris . Algunos guías, sin embargo, explican que era la residencia de su constructor, el noveno y más grande de los monarcas quechuas, Pachacútec, a cuya muerte fue abandonada tal y como marcaba la costumbre.

Posiblemente ninguna de ellas sea cierta o todas lo sean en parte. Lo único probado es que esta ciudadela desaparecida de nuestro mundo durante cinco siglos fue levantada, habitada, abandonada y lo que es más extraño olvidada en menos de cien años. Si ya es impresionante medio derruida y cubierta de hierbas y matojos, cómo sería con las paredes llenas de vida y los suelos rebosantes de tesoros. El mismísimo Pizarro se levantaría de su tumba en la catedral de Lima para tirarse de los pelos si supiera lo cerca que anduvo de ella. Este es el mayor atractivo de Machu Picchu, su aire de ciudad encantada y su historia de habitantes desconocidos. La mayor obra de todo un imperio, construida a 3000 metros de altura en la cima más angosta y alejada del reino, olvidada por los suyos e ignorada por los nuestros.

Machu Picchu, Perú Machu Picchu, Perú Machu Picchu, Perú

A Machu Picchu podéis llegar en tren o, si vais sobrados de fuerzas y oxígeno, por el mismo Camino Inca que seguían los peregrinos de la Ciudad Sagrada. Si escogéis la vía rápida, venid la noche antes para dormir en Aguas Calientes. Este pueblo situado en la falda de sus montes tiene un aire fronterizo que os atrapará, como si fuera el paso entre nuestro mundo real y uno fantasmal. A primera hora de la mañana, cuando todavía sea de noche, tomad el primer autobús para subir hasta sus puertas. Al entrar dirigiros directamente a la Casa del Guardián desde donde tendréis la mejor vista. Una vez allí, sentaros y dejad que os invada la misma melancolía que Pablo Neruda sintió al ver esos muros y piedras. Escuchad con atención y podréis oír a dios respirar dentro del viento que se desliza por las terrazas de los incas. Si miráis con el corazón lo descubriréis a vuestra derecha, enclavado en medio del valle con la ciudad rodeándolo como si fuera un anfiteatro gigantesco desde donde los incas se sentaban para contemplarlo. Es un monte fuerte y puntiagudo, verde y salvaje, alto pero estrecho, con paredes escarbadas y descaradas. Más tarde os contarán que hace 500 años los incas ya consideraban a esa montaña como algo sagrado y tendréis ganas de gritarles que ya lo sabíais y os mirarán asintiendo, como diciendo que os entienden perfectamente, que no sois ni mucho menos los primeros en sentir lo mismo .

Inspirados en ese dios monumental, los incas moldearon estas montañas para convertirlas en sus templos y palacios, sus residencias y sus vidas, como queriendo unir su destino al de estas tierras y a fe que lo consiguieron porque si seguís mirando veréis sus espíritus. Son las brumas que rodean Machu Picchu y en las que todavía podréis oír el rumor de sus voces. Un rumor que os contará la historia más fantástica que nunca existió. La historia de una ciudad sagrada, construida en las carnes de dios y escondida del resto de la humanidad para siempre.

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