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Queenstown, Nueva Zelanda, capital mundial de los deportes de aventura.

Ayer dormimos en un pueblo costero de la isla sur de Nueva Zelanda. No tiene nada de especial a pesar de que según ellos es uno de los únicos sitios del mundo donde siempre puedes avistar ballenas. El mar de ballenas no sabemos porque no vimos ni una pero el cielo de estrellas lo tienen abarrotado. Estamos en el hemisferio sur y aquí tienen un buen pedazo de espacio que, por allá arriba en el Norte, no vemos ni veremos nunca. Igual que nosotros utilizamos la Estrella Polar para localizar el norte, ellos hacen lo mismo para el sur con la Cruz del Sur, tan famosa que incluso aparece en su bandera. Cuatro estrellas dispuestas en forma de asta, fáciles de localizar gracias a las gemelas Pointing Stars. Si las unes con una línea imaginaria esta recta te lleva hasta la Cruz del Sur y, al crear un ángulo recto con el través mayor del asta, el Sur queda indicado en el cielo.

Complicado para nosotros pero fácil para los antiguos que de esa forma navegaron durante miles de años. Aunque tenían que andarse con cuidado porque muy cerca de la auténtica Cruz, se encuentran otras dos formaciones muy similares. Por eso se ayudaban con Alfa del Centauro, una de las estrellas más brillantes del cielo y la más cercana a nuestro Sol. Muy cerca de ella, se puede ver a simple vista la galaxia más famosa de los cielos sureños, las Nubes de Magallanes. Su distancia a nuestro sistema, 160.000 años-luz, una minucia en nuestro Universo, aunque una barbaridad comparado con la Luna que la tenemos a un ridículo segundo-luz o con el Sol a tan sólo 6 minutos-luz. Debajo de las Nubes, se puede ver una pequeña nebulosa donde todavía están naciendo nuevas estrellas. También en esa parte del cielo podemos ver a nuestra galaxia, la Vía Láctea, con muchas más estrellas que vista desde el Hemisferio Norte porque aquí estamos encarados directamente a su corazón.

Si nos damos la vuelta y miramos hacia el norte, veremos la constelación de Orión el cazador, con sus dos perros y su arco persiguiendo al toro. La única diferencia con nuestro cielo es que está bocabajo. Encima de su cinturón, tres notorias estrellas que siempre aparecen juntas y en línea, se sitúa otra nebulosa con un par de estrellas recién nacidas. Muy cerca también se localizan fácilmente Las Pléyades, las Siete Hermanas, un conjunto de estrellas en forma de cometa, con cientos más en su interior. Para los maorís, Las Pléyades indican la llegada de su año nuevo al aparecer cada junio por el firmamento después de estar desaparecidas durante meses. Dicen que son los restos de la estrella más grande que nunca existió cuyas vecinas, hartas de oírla vanagloriarse de su belleza, se conjuraron para despedazarla. Siguiendo la eclíptica, la línea imaginaria por donde se mueven los planetas casi a ras de horizonte, se pueden localizar también las constelaciones de los doce signos del zodíaco. Debajo de las Pléyades, Tauro. A su izquierda, Piscis, formado por dos peces unidos por la cola. Más al oeste Aries, y más al este Géminis, con sus dos estrellas gemelas. Cerca de ellas, Sirius, la estrella más brillante de todo el firmamento. Y así podríamos seguir noches enteras.

Cuentan los maorís que antes el cielo era totalmente negro y que fue la diosa Tana quien recogió las estrellas de la tierra, las puso en su canoa y, dirigiéndose al espacio, las colocó en el firmamento para ayudarlos a navegar y fijar el calendario. Las que le sobraron las lanzó de golpe por la borda, formando así la Vía Láctea, el camino de leche que los romanos tomaron por el paseo de los dioses, y es que cuando uno mira para arriba, se siente tan pequeño que sin duda piensa que alguien muy grande debe andar por ahí.


 


Itinerario recomendado para visitar Nueva Zelanda con restaurantes a lo largo de la ruta.





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