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Audi Camp, un pequeño camping en Botswana cerca de Maún.

Dunas Sossusvlei, Namíbia

Cuarenta y cinco años, negro, grande como un armario y todavía más simpático. Si lo vieran en Hollywood, le daban el papel de padre bonachón en cualquier teleserie de las suyas. Bob es el barman del Audi Camp y, aunque no tiene nada que ver con la marca alemana de coches, es un enamorado del Toyota 4×4 que hemos alquilado y con el que hemos cruzado toda Namibia hasta llegar a Botswana. Hace tan sólo un par de semanas que aterrizábamos en África para hacer un self-drive safari . Nuestro todo terreno es una máquina aunque visto desde fuera parece un caracol, por eso de que va con la casa a cuestas. Tienda de campaña en el techo, despegable como un acordeón y hecha a prueba de patosos como nosotros. Ésta sólo es una de sus ventajas, la otra es que por la noche los gatos y otros felinos que campan por aquí se pasean alrededor del coche sin quitarte el sueño.

Quince días no son demasiados pero hemos tenido tiempo suficiente para enamorarnos de Namibia. Las dunas rojas de Sossusvlei en el desierto de Sesriem, pinturas prehistóricas de los primeros humanos en Twyfelfontain, el pueblo costero de Swakopmund con su extraño encanto y el mejor hotel en el que nunca hemos estado o el Etosha Park con miles de animales en libertad y la naturaleza más salvaje. Cualquiera de ellos ya hubiera justificado el viaje, pero por encima de todo nos quedamos con sus puestas de sol, las más bonitas de todo el mundo. En Namibia no es extraño que durante meses no aparezca ni una sola nube en el horizonte. Por eso, cuando el sol desciende de su cielo cristalino a la tierra, el azul marino del atardecer se entremezcla con naranjas, rojos y violetas de una intensidad tal que, sin duda, así debían ser los colores cuando dios los pintó por primera vez.

Sossusvlei, Namíbia Elefantes, Etosha Park, Namíbia Twyfelfontein, Namíbia

Llevamos más de 2000 kilómetros rodando por África y, aunque hemos mordido el polvo de los pinchazos más de una vez, a lo que más le hemos hincado el diente es a la deliciosa carne que tienen por Namibia y Botswana, no por nada es su segunda industria después de los diamantes. Dicen, incluso, que McDonalds compra la materia prima de todas sus hamburguesas por aquí. Si es verdad como para no quererla, todavía más cuando vas a pagarla y te piden apenas cuatro euros por kilo de solomillo; y encima la puedes regar con un buen tinto de sudáfrica a euro y medio la botella. Antes de entrar en la primera carnicería teníamos alguna duda pero cuando vimos que el mejor Corte Inglés haría el ridículo al lado de sus supermercados se nos pasaron todos los prejuicios. Locales limpios, delantales impecables y carne envasada al vacío. Si encima es para montar la barbacoa al lado de un río, viendo como el sol se esconde en la sabana y teniendo por toda compañía los lejanos bramidos de un hipopótamo, no es extraño que cada día nos pasemos un buen rato recogiendo leña para la cena de la noche.

Existen muchas formas de hacer un safari. Desde el Parque Kruger en Sudáfrica que es como un Rioleón Safari pero a lo bestia donde puedes ir tú solo por caminos más marcados que una autopista, hasta Kenia y Tanzania donde es imposible ir sin chófer o guía, de esos que se pelean para ver quién llega antes hasta el león de turno al que sólo le faltaría poner un peaje para aprovechar las colas que se forman alrededor suyo. Ni lo uno ni lo otro. Nos quedamos con Namibia y Botswana, sin vallas ni truco ni cartón. Con tu 4×4 y un GPS te pierdes y te encuentras por caminos salvajes yendo de un camping a otro mientras vas buscando los Big Five, elefantes, leones, leopardos, rinocerontes y búfalos. Si tienes ganas, la sabana es tuya y, si no, sólo tienes que buscar un buen rincón y dejar pasar el tiempo. Como el mirador del campamento Halali en Etosha Park. Encarado a una pequeña charca, si te sientas a descansar un rato, verás el teatro de la selva pasar por delante tuyo. Uno por uno todos los animales se acercarán para beber, sin prisa pero sin pausa. Parece, incluso, que tengan un orden establecido porque tan pronto como los elefantes salen de escena, llegan los jabalís. Cuando estos se cansan, se asoman las cebras. Se van y vienen los zorros. Se hace de noche y aparecen los rinocerontes. Y así sin parar.

Desierto del Kalahari, Namíbia

Ayer cruzamos la frontera y bajamos a lo largo del Okawango, un río sin mar. Sus aguas nacen en Angola, cruzan Namibia y llegan a Botswana seis meses después. Hace 20.000 años, justo donde ahora estamos, las placas tectónicas se movieron cortando para siempre su cauce y, desde entonces, la corriente invade todos los rincones sin saber a dónde ir, formando un inmenso delta en medio de la nada. Poco a poco, el agua perdida en un laberinto de canales e islostes desaparece por evaporación y el proceso vuelve a empezar para evitar que los miles de animales que viven en el delta del Okawango no se queden sin paraíso. Un paseo en mokoro por estos parajes es como estar viendo Memorias de África desde dentro de la película.

Nuestro próximo destino es Zimbabwe con sus Cataratas Victoria pero para llegar hasta allí todavía debemos pasar por un par de parques, el Moremi Park y el Chobe Park, casi 400 km de dunas tan sólo cortadas por ríos sin puentes. Además tendremos que dormir al raso, sin vallas ni nada que nos proteja del montón de leones que abundan por aquí. Dicen que lo mejor es juntarte con más gente y poner los coches en redondel como si fuera una caravana del Oeste a punto de ser atacada por los indios. Por esto estamos en la barra de Bob. Para tomarnos una cerveza bien fría y coger fuerzas para superar lo que nos queda. Mientras, nuestro barman favorito no para de darnos recomendaciones sobre cómo evitar las trampas que nos esperan. Como la que nos encontramos ayer cuando tuvimos que cruzar un río infestado de cocodrilos y el agua nos empezó a llegar hasta el capó. El último de sus consejos lo hacemos nuestro para cualquiera que quiera dar la Vuelta al Mundo:

«And if something happens don’t stress, that’s adventure».

Itinerario recomendado para visitar Namibia con restaurantes a lo largo de la ruta.





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