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Gili Meno, una pequeña isla cerca de Bali, Indonesia.

Bali, Indonesia

Uno aterriza en Bali creyendo que ha llegado al paraíso de verdad y no a uno de esos que asoman por los catálogos y parecen de plástico. Esta isla de Indonesia todavía destila un aire exótico de playas paradisíacas y colores vivos, de palmeras y cocoteros, y todo ese rollo de anuncio tipo Fa. O al menos eso era lo que creíamos hasta ayer cuando descubrimos que esa imagen bucólica se parece a la realidad como un huevo a una castaña.

Esta es la mejor prueba de que el marketing funciona. No sabemos que habrán hecho para meternos en la cabeza esa idea de Bali, si fueron las fotos en el Hola de la boda de Alejandro Sanz o del bisabuelo de Julio Iglesias. O si fueron esos publireportajes de sirenas pijas y modernas, con bañadores escotados y flores colgando de la oreja. En todo caso, fuera una cosa o la otra, nos lo tragamos y ahí viene el problema de la publicidad. Cuando el producto no da la talla, es peor que un gatillazo. Las playas de Bali no valen un duro, el agua de cristalina no tiene nada y ni siquiera el clima es agradable. En la época del monzón vas calado hasta los calzoncillos y el resto del año la humedad te empapa de sudor hasta desteñirte la camiseta que compraste en el mercadillo de turno. Aunque pocos os contarán todo esto de Bali porque la mayoría de turistas ni se enteran. Los tienen encerrados en sus hoteles “todo incluido” de los que no salen ni para fumar, no sea que al abrir la puerta el paraíso se convierta en calabaza. Lo curioso es que, a pesar de todo, nos ha gustado. Los paisajes del interior con arrozales rodeados de palmeras y plataneras son preciosos. Además, si os gustan los muebles y la decoración no vayáis por Ubud porque os dejaréis la mitad de vuestros ahorros en sus tiendas. Un pueblo donde dicen tener los hoteles más caros del mundo. El nuestro no saldrá en la lista pero es verdad que era una maravilla.

Bali, Indonesia Bali, Indonesia Gili Meno, Indonesia

Pero a Bali vinimos a alucinar con sus playas y no a comprar muebles o pasear por el campo. Por eso cogimos un mapa de Indonesia y al primer balinés que paso por delante le pedimos que nos señalara la isla más salvaje de todo el país. Gili Meno, un sitio tan pequeño que por no tener no tiene ni bicicletas. En diez minutos ya habíamos comprado los billetes. Diez horas más tarde, una chalupa que parecía la miniatura del arca de Noé por la de bichos raros que llevaba, nos desembarcó en medio del agua, los dos solos y de noche, con las maletas encima de la cabeza para evitar que se mojaran. Una vez llegamos a la playa y después de buscar durante un buen rato, acabamos encontrando al dueño de unas cabañas que se escondían detrás de unos cocoteros. Quince euros fue lo que nos costó alquilar la que estaba más cerca del mar, apenas unos diez metros, de bambú y sin nada más que un colchón y un ventilador de techo.

Eso sí que fue llegar al paraíso. Nos bañamos delante de nuestro bungalow, con el agua tan cristalina que aún siendo de noche veíamos el fondo con toda nitidez. Sin apenas secarnos y todavía descalzos, caminamos por la playa hasta llegar al rincón de la Yaya Warung. Plato único, pescado fresco a la brasa acompañado de arroz al ajillo. Todo por seis euros, incluyendo un par de cervezas heladas y la pérgola de palmeras donde comimos medio estirados sin más compañía que nuestros bañadores. Al día siguiente nos fuimos a bucear al Turtle Reef, cinco minutos en barca y una hora rodeados de tortugas gigantes y jardines de coral. A la vuelta repetimos pescado en Ca la Yaya.

Gili Meno, Indonesia

Suena bien ¿no? Para nosotros fue el paraíso pero no os lo recomendamos. La arena son trozos de coral que se clavan en los pies, el agua está llena de restos de medusas y el sol empieza a quemarte la piel incluso antes de levantarte de la cama. El paraíso depende del color de las gafas que lleves. Puede estar en la otra punta del mundo o en el salón de tu casa. Pero nunca es un sitio concreto, ni mucho menos una playa desierta. Son momentos que aparecen, a veces cuando menos te lo esperas, con un color especial y un sabor diferente. Aunque no puedes quedarte sentado. Hay que ir a por ellos, que son pocos y duran menos.

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