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El Cairo, Egipto, cerca del museo donde se puede contemplar la momia de Ramses II, el más grande de los faraones.

Pirámide de Keops, El Cairo, Egipto

Ayer estuvimos en El Cairo y, amén de un par de veces que fuimos en metro, cogimos ocho taxis. El primero en la frente. Habíamos reservado habitación en un hotel bueno, bonito y barato, tanto que tenían free shuttle desde el aeropuerto. Después de media hora de espera, ni el free ni el shuttle habían aparecido por ningún lado, así que optamos por buscarnos la vida. Curiosamente la opción más barata era una limousine, así que ni cortos ni perezosos nos dimos el lujazo. Fiat Punto, de color rojo para más señas. Se parecía a una limousine tanto como nuestra moto a una Harley, o sea nada. Aunque viendo los taxis que corren por allí, no es de extrañar que a un utilitario de tres puertas le llamen “luxury transport”.

Cuando llegamos al hotel sanos y salvos, se disculparon con mucho esmero hasta que les pusimos la factura de la limousine delante de sus narices. Entonces la característica simpatía egipcia desapareció al instante. A pesar de ello pasaron por caja como todo hijo de Ramses. De allí nos fuimos a la estación de tren para reservar los billetes del coche-cama que nos tenía que llevar a Luxor y al Valle de los Reyes. Las dotes de dibujante de Pedro son peores que las de cantante así que nuestro segundo taxista no captó dónde queríamos ir hasta que al croquis de una máquina de vapor le añadimos una imitación del “chuku-chuku” ferroviario. Alá es grande porque de entre el montón de estaciones que debe haber en El Cairo justo nos dejó en la que queríamos.

La gran esfinge de Giza, el Cairo, Egipto Mezquita An-Nasir Mohammed, El Cairo, Egipto Obelisco egipcio, Luxor, Egipto

Nuestro tercer taxi tuvo menos recorrido, justo el suficiente para que le saliera humo del capó en medio de una autopista camino a las Pirámides de Giza. Como si estuviéramos en un autobús, nos bajamos del vehículo roto y nos subimos al que venía por detrás donde nos juntamos con dos personajes bien curiosos. Un militar chileno de la ONU destacado en Sudán y un profesor universitario de California, hijo de hindúes y con pasaporte canadiense, experto en política oriental y hablando árabe mejor que Mohamed. En otras palabras, un agente de la CIA en toda regla. Con semejantes pasajeros al iluso conductor se le ocurrió darnos el timo de la estampita y llevarnos a un Tour Operador privado en vez de a las pirámides. Todavía deben pitarle los oídos.

Puesta de sol espectacular detrás de la Esfinge y de vuelta a El Cairo con nuestros nuevos amigos para compartir el coste del taxi. Después de negociar un buen precio, nos subimos a un coche particular que, antes de dejarnos en una dirección equivocada, se paró por el camino para tomarse una taza de té. Estrés es una palabra no existe en árabe.

Después de descansar un rato en el hotel nos fuimos a cenar. Cualquiera de los barcos fondeados en el Nilo y reconvertidos en Food Malls nos parecía una buena opción. Acabamos en el Blue Nile Boat, rodeados de locales disfrazados de occidentales, comiendo hamburguesas americanas y bebiendo Coca-Cola. La cerveza fría y espumosa nos la tuvimos que pintar porque el alcohol aquí va más perseguido que Bin Laden. Pero eso fue después de que el siguiente de nuestros taxistas se saltara el puente correcto y se metiera en uno de los típicos atascos de El Cairo donde perdimos una hora entera.

Templo de Hatshepsut, Egipto

Pagada la cuenta, nos subimos al último de los transportes del día. Al minuto y sin que mediara palabra, nuestro nuevo taxista paró el coche, sacó su caja de herramientas y empezó a cambiar el cable del embrague en medio de una de las principales avenidas de El Cairo como si eso le pasara cada día. Y, de hecho, si no es cada día, será cada dos porque maña tenía el moro. Es increíble que los descendientes de la cultura más grande que hubo jamás, constructores no sólo de las pirámides sino también de templos, palacios y tumbas que dejarían en ridículo a griegos y romanos aún siendo dos o tres mil años más antiguos que ellos, ahora vayan en taxis de segunda mano que se caen a cachos, con taxímetros rotos y las ventanas bajadas porque el aire acondicionado todavía es un lujo en una tierra donde la última de sus reinas, Cleopatra, se bañaba en leche de burra.

Si ahora los pudieran ver sus faraones, se les caerían las vendas al suelo de la vergüenza. Cuando en Europa todavía nos tirábamos piedras de una caverna a otra, aquí tenían una cultura tan avanzada que fueron capaces de momificar a sus muertos para que todavía hoy podamos contemplarlos con sus rostros, sus dientes y sus cabelleras como si ayer mismo estuvieran vivos, cuando en realidad murieron dos milenios antes de que Jesucristo naciera. A ver por dónde andamos nosotros de aquí a la mitad de tiempo…

Itinerario recomendado para visitar Egipto con restaurantes a lo largo de la ruta.





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