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Santiago de Chile, donde el tristemente célebre Palacio de la Moneda.

Valparaíso, Chile

No sabemos si por ahí todavía se andarán con Cuéntame. Si ya se acabó y se quedaron con ganas de ver más, vénganse para Santiago. De Chile, para más señas. Acá se sentirán como en la España de TVE, cuando sólo había una, claro. Todo en blanco y negro o, mejor, en sepia porque en el aire hay una bruma continua que da esa tonalidad a cualquier cosa que se mueva. No sabemos si es contaminación, niebla o polvo, o una mezcla de todos ellos pero uno tiene la impresión de estar viendo el país a través de un filtro que lo envejece todo. En la plaza del centro todavía puedes encontrar a limpiabotas que dirías sacados de otra época si no fuera porque lucen publicidad en sus butacas. Igual que los taxistas, algunos de los cuales todavía llevan corbata bajo el chaleco de lana y tienen esa cara de buena persona de los jubilados de antes. Por eso nos extraña que Chile esté indundado de tanta publicidad sobre los Derechos del Niño, aunque bien es cierto que en todas partes y en todas épocas se cocieron este tipo de habas.

Mires donde mires todo tiene ese aire de conocido pero pasado. Las tiendas, los bares, incluso el corte de los trajes o los autos con alarma, barra y cadena. Entonces cierras los ojos para ver si todo es sueño pero empiezas a oír la música de Barrio Sésamo y de fondo Like a Virgin de Madonna. Aunque no por mucho tiempo, porque al instante quedan ahogados por el radiocassete de un coche sin aire acondicionado que pasa a toda pastilla con las ventanillas bajadas y con Tina Turner y su Mad Max rompiendo sin piedad unos altavoces Pioneer. Asustado, te metes en el primer café que encuentras para ver si el cansancio te está jugando una mala pasada. Allí en la barra ves a tres ejecutivos con camisa blanca impecable y por un momento piensas que estás a salvo. Pero entonces les oyes hablar y te das cuenta que son expatriados del Banco de Santader, dueño y señor de Chile. Alrededor suyo, en cambio, todo tiene ese aire casposillo del Madrí de los ‘70. Peor incluso porque las camareras parecen azafatas de bingo con trajes bien arrapados al cuerpo y con grandes pechugas desafiando la gravedad.

Valparaíso, Chile

Agarras y sales despavorido corriendo hacia el primer quiosco. Quieres comprobar en los periódicos qué día es hoy y estar seguro que el avión que te trajo desde Isla de Pascua no fue maldecido por alguno de sus espíritus Aku-Aku y entró en un túnel del tiempo. 27 de enero de 2008. Por un instante respiras tranquilo pero al fijarte en las portadas vuelve la pesadilla. Fotos de mujeres semidesnudas en los semanarios de política, noticias que parecen sacadas de El Caso y titulares con ese estilo periodístico de antes que se comía los artículos y, de paso, las ganas de leerlo: “Mapuche cesa huelga de hambre” o “Odio crece contra Pokemones”.

Sólo te quedan dos opciones. La primera es pedir asilo en una de las múltiples iglesias que hay en Santiago pero cuando entras ves que están a rebosar de gente, muchos de ellos jóvenes, algo que no sucede desde hace mucho tiempo por tu tierra, así que piensas que ellos también están poseídos por la maldición. La segunda alternativa es entender qué pasó en este país para que luzca de tal guisa. Como coleccionamos libros y a veces incluso los leemos, entramos en una librería y pedimos uno de Historia en mayúsculas. Antes de terminar nuestra petición, ya nos han puesto encima del mostrador la autobiografía de Pinochet, cinco tomos a cuál más gordo. Después de la lección de Historia y aprovechando que hemos viajado al pasado nos vamos al Mercado Central a comernos unas machas con parmesano o un buen caldo. De los de antes, claro.

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