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Tierra del Fuego, el fin del mundo.

Buceadores en el fin del mundo o en la Tierra del Fuego, que viene a ser lo mismo. Estamos en la Patagonia, tan al sur que no existe otro lugar habitado en el mundo que esté más cerca de la Antártida. A medida que el continente se acerca al Polo Sur se desgrana en multitud de islotes, piezas de un puzzle gigantesco que no quieren unirse pero tampoco separarse. Tierra del Fuego es la mayor de todas ellas, separada del norte por el Estrecho de Magallanes y del sur por el Canal de Beagle. Dos pasos que unen el Atlántico con el Pacífico y por los que navegaron los mejores aventureros de otras épocas. El descubridor Magallanes cumpliendo el sueño de Colón de llegar a las Indias por el oeste; el Capitán Cook persiguiendo la fama y dando la vuelta al mundo no una sino dos veces por si quedaban dudas de que era el mejor; y el pirata Drake huyendo de los españoles después de haberles robado el oro y la vergüenza.

Ninguno de ellos, sin embargo, reparó en los locos desnudos que habitaban por estas tierras heladas. Y ojalá hubiera seguido así porque en cuanto loberos y balleneros fijaron sus ojos y su puntería en estas aguas, cien años fueron más que suficientes para que una raza entera desapareciera, sin dejar más rastro que cuatro fotos mal tomadas y miles de conchas amontonadas alrededor de sus cabañas redondas. Son o, mejor, eran los Yámanas, una tribu nómada que no sólo habitó en el fin del mundo sino que buceaba en sus aguas heladas sin más protección que su propia piel y una capa de grasa. Tierra yerta de mamíferos, las proteínas de los mejillones y otros moluscos que se encuentran por aquí no eran suficientes para su alimentación, por lo que no tuvieron más remedio que aprender a mojarse sin helarse para cazar leones y lobos marinos.

Aunque creían en espíritus, si adoraban a alguien era ese fuego que llevaban siempre con ellos sin dejar que se apagara. Cada familia tenía su propia hoguera que movían de la conchera a la canoa, de la canoa a la conchera. Marido y mujer cazaban juntos, el primero con arpones y la segunda con su manos, uno desde la borda y la otra buceando. Mientras, los niños achicaban el agua que se colaba de forma constante entre las junturas mal cosidas de la chalupa. Así un día y otro durante siete mil años hasta que llegamos los de siempre. Esta vez no hubo mala intención pero la pata la metimos igual. Por un lado agotando con nuestra caza su principal fuente de vida, los leones marinos, y por otro trayendo enfermedades conocidas para nosotros pero extrañas para ellos. Enfermedades pulmonares o simples constipados que se agravaron todavía más cuando los misioneros intentaron civilizarlos con el maravilloso invento de la ropa. Al verse obligados a andar por ahí con la ropa puesta para no enseñar sus vergüenzas, los Yámanas iban mojados todo el día, muy pudorosos pero calados hasta los huesos. Al meterse en el agua vestidos, salían empapados hasta la médula y no había fuego que pudiera secarlos. Así la gripe acabó con ellos en unas pocas décadas.

Menudo final tan triste y estúpido para todo un pueblo. Muertos de frío y con la ropa mojada aunque, eso sí, muy dignos y decorosos. Ni siquiera su fuego pudo ayudarlos, el fuego que nunca abandonaban, el fuego que da nombre a su tierra. Así la bautizó Magallanes al cruzar el estrecho que ahora lleva su apellido. Imaginaros la escena en 1628. Noche cerrada, velas desplegadas y viento gélido. A estribor absoluto silencio, a babor miles de hogueras ardiendo y bailando de un lado a otro como si fueran fantasmas guardando lo desconocido. Mientras en cubierta toda la tripulación mirando atónitos el fin del mundo sin atreverse a bajar. Y nosotros, ahora, viéndolo por la ventanilla de un Airbus 320. ¡Si es que lo nuestro es un paseo!


 


Itinerario recomendado para visitar Argentina con restaurantes a lo largo de la ruta.





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