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Kathmandu, capital del Nepal

Como todo el mundo, alguna vez nos hemos preguntado cómo se forjó nuestra personalidad o la de las personas que nos rodean pero nunca habíamos pensado lo mismo sobre el carácter de los países, ¿Por qué la mayoría de catalanes parecen ser tacaños, los españoles orgullosos, los franceses chauvinistas y los argentinos charlatanes?

En la India no hay duda de que ha sido la religión la que ha moldeado a sus gentes. Una religión, la hindú, que es exactamente igual hoy que hace milenios, inamovible. Como el destino de las personas. Si nacen en una casta mueren en ella, hagan lo que hagan, pase lo que pase. Y eso lo marca todo, dónde vivirás, qué trabajo tendrás, con quién te casarás. Sólo la muerte te libra de ese círculo para entrar en otro nuevo. Asentados en su destino, muchos hindúes parecen sobrevivir más que vivir, viendo los días pasar y esperando sin más que la próxima vida les depare mejor suerte que ésta. Si su existencia hoy es perra es porque ayer los perros fueron ellos, y si mañana se portan bien, pasado serán recompensados. Ése es su único consuelo.

Nagarkot, Nepal

El peaje de este sistema ha sido muy cruel: forjar durante milenios un pueblo conformista, una sociedad donde no existe la cultura del esfuerzo porque ¿qué sentido tiene romperse los cuernos en esta vida si los beneficios no llegarán hasta la próxima? El pasado y el futuro unidos sin remedio. Un deja vú continuo que lo impregna todo en la India, de la cabeza a los pies. Arriba, porque en sus rostros puedes ver reflejada una miseria que dan por inevitable. Abajo, porque la mierda se les amontona en las calles esperando que sea otro quien la recoja.

La semana pasada llegamos a Nepal y esperábamos ver más de lo mismo. Al fin y al cabo son pueblos hermanos que comparten muchas cosas pero nos llevamos una sorpresa. Aquí los niños aprovechan cualquier rincón para hacer sus deberes, mientras los hombres y mujeres por igual no paran de trabajar, algo insólito en la India. Es curioso que estando tan cerca estos dos países sean a la vez tan diferentes. El budismo, mucho más presente en Nepal, podría ser un motivo pero quizás no es razón suficiente para marcar tanta diferencia. Por eso buscamos otras opciones.

A lo largo de su historia, la India ha estado dominada por Imperios de todo tipo, la mayoría de ellos extranjeros. Algunos de esos invasores intentaron acabar con la cultura hindú pero los más vieron en ella una oportunidad para mantener su poder. Cuanto más conformista fuera el pueblo conquistado, más fácil sería dominarlo y así fue. De hecho, los hindúes tan sólo lograron su libertad cuando personajes educados con valores occidentales los lideraron para deshacerse del Imperio Británico y de eso hace menos de un siglo. Además, Gandhi y Nehru, si bien consiguieron la independencia de su país, no fueron capaces de acabar con el sistema de castas, ni mucho menos con la desigualdad, racismo y pobreza que lleva siglos provocando. Y eso que lo intentaron con todas sus fuerzas, pagándolo en cierta forma con sus propias vidas y la de los suyos. Tres milenios de inercia eran demasiada carga, incluso para líderes tan excepcionales como ellos.

Nepal, en cambio, inexpugnable para la mayoría de ejércitos extranjeros gracias a las enormes montañas que lo rodean, siempre ha sido gobernado por reyezuelos locales. Igual de caciques que los de la India pero con una gran diferencia: el color de su piel era el mismo que la de sus vasallos. La mayoría de ellos fueron despiadados pero algunos de ellos actuaron como déspotas ilustrados, buscando siempre lo mejor para su gente, incluso cuando eso implicara ir en contra de su propia religión. En una democracia las reformas necesarias pero dolorosas encuentran múltiples barreras para avanzar, mientras que en estados autoritarios no hay más remedio que acatarlas. Este peligroso argumento ha sido utilizado demasiadas veces por dictadores ansiosos de legitimar su poder pero no por ello deja de funcionar en algunas ocasiones. Mientras Gandhi y Nehru fracasaban en la India en su intento de transformar a esa sociedad, varios siglos antes en Nepal el rey Janak lograba cambiar a sus súbditos para siempre. Convencido de que la educación era la base de cualquier éxito, estableció un sistema que se regía por tres puntos y que, todavía hoy, está vigente:

1)      Asegurar la igualdad social en la formación.

2)     Crear la responsabilidad social del alumno.

3)     Desarrollar la cultura y su preservación como una parte fundamental de la enseñanza.

Dicho así no parece gran cosa pero leedlo con calma: “Asegurar la igualdad social en la formación”. Afirmar hace cientos de años que la educación sería la misma para todos, fueras un príncipe o el hijo de un campesino y que, a través de ella, las oportunidades de labrarse un futuro serían iguales para unos y para otros, no sólo era lo más revolucionario que había visto el mundo desde Jesús sino también todo lo contrario de lo que propugnaba el sistema de castas de sus vecinos hindúes.

¿Puede una simple decisión de un rey cambiar el destino de un pueblo para toda la vida? ¿Es posible que un río, un valle o una cordillera demasiado alta para ser superada por ejércitos invasores, pueda proteger a unos y desamparar a otros, marcando no sólo su futuro sino también su personalidad? Si esto sucede con los países, ¿cómo será con las personas? ¿Qué cosas hemos vivido cuando éramos niños que nos han llevado a ser quienes somos ahora? Si aquella profesora no le hubiera pedido a Pedro que contara todos los libros de su casa, quizás nunca habría encontrado la colección de Emilio Salgari. Sin esos libros, quizás nunca habría soñado viajar por Asia. Sin esos sueños y sin los de Belén, quizás hoy no estaríamos aquí en Katmandú. Quizás entonces nuestra Vuelta al Mundo sería la de otros y nuestro libro estaría por escribir. Y sin este libro, tampoco habría lector. Y si no existe el lector, ¿quién eres tú?

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Pokhara, ciudad nepalí con vistas al Annapurna

Apenas llevamos un mes de viaje y ya nos han convencido varias veces para que nos levantemos antes que los pollos. El anzuelo siempre ha sido el mismo: ver amaneceres únicos y espectaculares. El resultado: si no fueron únicos lo serán, porque ni dios nos vuelve a tomar el pelo para que nos suene el despertador otra vez a las cuatro de la mañana. Cuando uno se toma un año entero de vacaciones, no está para este tipo de bromas. Pero es que aquí hasta el más tonto come pan. Con queso, por eso de que te las den. Y, claro, más de una vez nos la han dado. Sólo necesitan una montaña a la vuelta de la esquina, colgar un cartel de “Sunrise Tour” y ya tienen el business montado. Cuanto más pronto pongan la hora de salida, más gente picará y más dinero nos sacarán a los pardillos de turno, más conocidos como turistas o viajeros de guardar.

Y es que la globalización nos parece la mar de moderna pero hace lustros que corre por el sector turístico. Porque uno se pregunta: si no tienen ni para una Pepsi ¿cómo pueden haber aprendido las mismas técnicas de marketing un país y en el otro? No hay rincón del mundo donde no nos hayan reconocido. Los charlatanes de aquí y allá nos han llamado de todo pero nunca Mike ni Charly. Somos el Jordi y la Merçé. El neng y la nena. Pepe o la madre que nos parió. En castizo o en catalán. Más barato que en Andorra o 3×2 del Carrefour. Otro ejemplo, la tonadilla que utilizan los pedigüeños en el metro de Barcelona no sólo es igual a la que puedes oír en Madrid sino también en París, Nueva Delhi o Shanghai. Y, hombre, los mendigos viajados lo son porque no paran de ir arriba y abajo por la línea verde, pero si la T10 todavía no sirve para hacer trasbordo de país, ¿cómo puede ser que la entonación que usan sea la misma en un extremo del planeta que en el otro?

Eso sí, al menos los hay que tienen gracia. Como el niño que esta mañana nos hizo compañía mientras veíamos salir el sol por detrás del Annapurna. Después de hacernos reír durante un buen rato, de repente nos intentó levantar la camisa. Se le había reventado el balón, nos contó, y no tenía con qué inflarlo. Cien rupias era lo que costaba una mancha en su pueblo. Para que os hagáis una idea, en Nepal por la mitad de ese dinero más de uno subiría al Everest descalzo. Y es que, si en vez de preguntarle si conocía a Ronaldinho llegamos a decirle que nos encanta el ballet, seguro que el muy descarado nos hubiera pedido dinero para una máquina de coser con la que remendar su tutú.

Por un momento nos habíamos creído que el zagal estaba con nosotros porque le caímos bien, que no era uno de esos buitres que suelen sobrevolar estas excursiones. Pura comedia para que el timo fuera mayor. Con su mismo salero, lo mandamos a tomarle el pelo y la cartera al japonés que teníamos sentado un poco más allá. El rapaz aceptó la derrota con deportividad y, sin perder un instante, nos dio la espalda para ir en busca de su nueva presa. Y entonces lo vimos. Ese mocoso que apenas levantaba un palmo del suelo y estaba despierto desde las cinco de la mañana, andaba a 4000 metros de altura vestido con tan solo un pijama pero no uno cualquiera. Era un pijama tan gastado que el pantalón amenazaba con romperse justo por ese culito que tenemos todos, allí donde le asomaba una gran mancha. Una mancha tan marrón como los ojos con los que nos lanzó una última mirada, tan llena de vergüenza como la que sentimos nosotros. ¿Cien rupias por una pelota? Si en aquel momento nos lo llega a pedir, un campo entero de fútbol le hubiéramos construido. Allí mismo en medio del Himalaya o donde hiciera falta.

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